Jardincillos en Gran Vía

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En junio de 1960 la Gran Vía estrenaba ensanche, reforma y estos coquetos jardincillos en los que se plantaron geranios rojos, adelfas y rosales. Al fondo, el guardia de circulación que pone orden ante la ausencia de semáforos. La fotografía se publicó el  15 de junio de 1960.

La voz de Miguel Fleta en la Torre de la Vela

El recuerdo de las noches de música y teatro del Corpus, del que ya hablé en un post anterior, recuperaba la figura de Miguel Fleta, un tenor lírico aragonés muy conocido a principios del siglo XX que pisó los escenarios granadinos en numerosas ocasiones y me ha venido a la memoria un artículo de Juan Bustos publicado en IDEAL (8 de diciembre de 1997) en el que contaba una preciosa  anécdota del cantante en Granada.

Era conocido -asegura Bustos- que Fleta descuidaba su salud y su garganta (su carrera artística fue corta. Murió joven, con 40 años en mayo de 1938 casi sin voz). Una vez,  se subió a cantar a la Torre de la Vela y pidió a sus amigos que le escucharan desde el mirador de San Nicolás, adonde llegó, en el silencio de las noches granadinas de aquellos tiempos la fabulosa voz del tenor, atenudada por la distancia, pero con la claridad suficiente como para emocionar a todos.

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Rigoleto, Tosca, Aida, Turandot… el Teatro Real, la Scala de Milán, los mejores teatros de América Latina…Fleta, el humilde cantante de jotas convertido en el tenor español más famoso del mundo, comenzó a cantar zarzuela cuando su voz, antes cálida y aterciopelada, comenzó a fallarle. Murió en mayo de 1938. En el mes de abril, este periódico anunció una actuación benéfica en Granada que no llegó a celebrarse: sería en el Teatro Cervantes a beneficio de la obra social del «Auxilio de Invierno».

Del Corpus al Festival

Las fiestas más castizas de Granada siempre han constituido un buen argumento para la música. Fueron el origen del Festival  Internacional y el descubrimiento del Palacio de Carlos V como el escenario más privilegiado. Fue durante las fiestas del Corpus de 1883 cuando se abrió al público el recinto renacentista «para dejar oír en su soberbio redondel los alegres ecos de una magnífica orquesta», decía La Tribuna, un periódico de la época recogido en el libro ‘Los conciertos en la Alhambra 1883-1952’ de Rafael del Pino. Los primeros fueron recitales matinales «á grande orquesta», hasta 1887 cuando comienzan a celebrarse grandes conciertos sinfónicos. En aquel año, el Ayuntamiento programa lo mejor del panorama musical de la época: Tomás Bretón y la Orquesta de la Sociedad de Conciertos de Madrid. Desde aquel momento las veladas sinfónicas del Corpus se constituyen en constante y la participación del maestro Bertón, casi en una tradición. El músico volvería a Granada en varias ocasiones con programas que incluían a Beethoven o Wagner. La cita musical del Corpus se consolidaba año a año con la participación de Fernández Arbós y la Sinfónica de Madrid,  Bartolomé Pérez Casas, Conrado del Campo, Ernesto Halffter o Ataulfo Argenta. La Alhambra va cobrando protagonismo como escenario y, en 1922, en la plaza de los Aljibes, se celebra el Concurso del Cante Jondo, también durante las fiestas del Corpus. Tras el paréntesis que supuso los años de Guerra Civil, y la austeridad que continuó en los primeros años de la década de los cuarenta, la vida cultural granadina va adquiriendo cada vez más protagonismo. La ópera también estuvo muy presente en la programación  de las fiestas con las intervenciones del gran tenor Miguel Fleta. Acontecimientos musicales, muchas veces con la entusiasta aportación del Centro Artístico, que fueron configurando la vida cultural de Granada y que dieron relevo, casi setenta años después, al magnífico Festival.

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Y también teatro, como esta escena de ‘Sueño de una noche de verano’ dirigido por Pepe Tamayo con Asunción Balaguer en el escenario del Carlos V el 21 de junio de 1946 /Torres Molina

El Corpus de los pequeños

La chiquillería madrugadora miraba en la plaza Bib Rambla los chafarrionones de colorido de las carocas. Luego escoltaban a los gigantes, que casi rozaban los cables del tranvía, y a los cabezudos, al dragón y la tarasca en el desfile de La Pública. El Embovedado, donde se instalaban las atracciones, se llenaba de la alegría abigarrada y verbenera de los tiovivos, los circos y las barracas
Y para que las fiestas fueran de todos, y que ningún pequeño dejara de disfrutarlas, el Negociado de Instrucción Pública del ayuntamiento organizaba con mimo el Día del Niño. No se trataba sólo de hacer que los más chicos pasaran una jornada festiva, sino que animaban a familias a invitar a comer a sus casas a niños sin recursos, se repartía cunas y hatillos para los bebés nacidos en el día del Corpus, juguetes para los enfermos de San Rafael y premios para las parejas que hubieran adoptado a chavales abandonados, además de abonar el alquiler durante un año a las familias numerosas más necesitadas de recursos. Pero el espectáculo más deseado era el que se ofrecía en la Plaza de Toros del Triunfo, reservada por un día para los niños de las escuelas gratuitas y orfelinatos de Granada. Acompañado por una merienda (bollo de pan con chocolate, queso y naranja), el festival contaba con los mejores números de los circos que visitaban la ciudad.

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De fiesta en la plaza de la Mariana

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Los últimos días de mayo, en los años de la República, Granada celebraba las fiestas en recuerdo de Mariana Pineda.  Ideal resume en este artículo, del 27 de mayo de 1933, los dos días de fiesta, y abajo, el artículo del mismo día en el Defensor.

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Un cuento del Carmen de las Tres Estrellas

Un día de Reyes de hace 115 años, Antonio Joaquín Afán de Rivera reunió a artistas y literatos granadinos en el Carmen de las Tres Estrellas para homenajear al novelista Manuel Fernández González. Una lápida en la fachada de la casa del Albaicín recuerda la reunión.

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Lugar de célebres tertulias literarias, el Carmen es escenario de románticos cuentos y leyendas. Una de ellas la contó este periódico en el año 1935 en sus ‘Antiguallas granadinas’, una curiosa sección que recordaba historias antiguas de la ciudad, e iba acompañada por una plumilla de Garrido del Castillo.

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Pero volvamos a la historia del Carmen de las Tres Estrellas. Firmado con el seudónimo de Asclepios, el artículo cuenta que vivía en el Albaicín un príncipe que tenía tres hijas. A la mayor, ahijada del hada de las aguas, le gustaba nadar en los estanques; la mediana, a quien la diosa de los vientos había servido de madrina, era arrebatada y nerviosa, de espíritu emprendedor y decidido. La tercera, dulce y tímida, la protegida por la maga de las mariposas, cuidaba de los pájaros y las flores. Las tres recibieron de sus bienhechoras una sortija de oro con una estrella de diamantes y un vaticinio: se casarían cada una con un rey  al que reconocerían por sus anillos, idénticos al que ellas lucían desde su nacimiento. Una noche las princesas soñaron que eran cortejadas por tres apuestos jóvenes. El idilio duró hasta el amanecer y, al despertar,  comprobaron con sorpresa que las estrellas de sus sortijas habían desaparecido. Días después acudió a su casa un embajador que pedía la mano de las tres princesas para los hijos de su señor y como presente, les ofreció anillos con verdes diamantes estrellados, como los que habían perdido. Tras la boda, las hermanas partieron, cada una a su reino y, como recuerdo, su padre mandó grabar en la puerta de la casa del Albaicín, las tres estrellas que dan nombre a la mansión morisca.

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La imagen que acompaña este cuento es un dibujo de Villar Yebra que también dedicó una de sus ‘Estampas de Granada’ al Carmen (marzo 1963).

… Y permítanme que aproveche esta Antigualla para recuperar la figura del personaje que se esconde detrás de ‘Asclepios’, Fidel Fernández Martínez,  médico, escritor, historiador, enamorado de la Sierra… Gracias a Al Safan he conocido la figura de este admirable granadino. Cuelgo un par de artículos de IDEAL donde pueden aprender un poco más de él.

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El ballet flamenco de Pepita Berdonés

El futuro del flamenco granadino taconeaba en la academia de baile de Pepita Berdonés en la calle San Antón. Pionera en el arte de descubrir talentos (la suya fue la primera escuela de baile que abrió en Granada), durante décadas su grupo era fijo en cualquier festival benéfico, Cruces de Mayo, fiestas del Corpus o galas navideñas que se organizaran en esta ciudad.  Berdonés formó su ballet flamenco en 1965 y con él recorrió los escenarios de toda España.  Llegaron a actuar en numerosas ocasiones en Televisión Española, en programas como ‘Chavales’, ‘Antena infantil’ o ‘Gente Menuda’. Entre los bailaores que se formaron con Pepita, están los conocidos Juan Andrés Maya, que le pedía a su profesora que le enseñara cualquier baile, desde flamenco a clásico o claqué; Rosa Zárate, a la que acompañaba su hermano José Carlos a la  guitarra, o Eva la Yerbabuena. A sus ochenta y maravillosos años cumplidos, la querida profesora recuerda que bailaba desde los siete: «mi madre tenía un salón de alta costura al que acudía una conocida bailaora del Sacromonte, Lola Medina, la inventora de la coreografía de la Reja», cuenta a IDEAL desde su casa,  que conserva decorada con los muebles de cuando se casaron sus padres, allá por los años veinte. Pepita se enamoró de la manera de posar de la artista mientras su madre le tomaba medidas y, a los catorce años, se sacó el carné profesional para dar clases. Primero acudía a las casas, donde impartía su arte flamenco por cinco pesetas la hora. Se llegó a hacer tan popular, que las propias alumnas le pidieron buscar un local para dar las lecciones, así fundó su escuela en la calle San Antón.

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La imagen que acompaña este artículo es de 1967. Entonces su grupo lo formaban catorce niñas y un chico. Tenían entre cinco y quince años e interpretaban un repertorio de baile andaluz, seguidillas, alegrías, fandangos o tanguillos. Como los niños acudían al colegio, las salidas fuera de Granada las hacían en verano. Entre sus actuaciones, recuerda aquella que les llevó al teatro Maravillas de Madrid y en la que, a pesar de que tenían prevista una canción, acabaron interpretando siete, o aquel homenaje a granadinos ilustres en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Aquellos pequeños artistas se ganaron la simpatía de todos y la escuela de Pepita continuó hasta los años noventa, cuando las piernas cansadas de tanto bailar, jubilaron a la  profesora.

 

La muerte de la borriquilla del Padre Manjón

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El 12 de mayo de 1935 IDEAL se hizo eco de la muerte de la borriquilla que Andrés Manjón conducía diariamente camino de las Escuelas del Sacromonte. La conocían como ‘la Morena’, tenía treinta y cinco años y sobrevivió en más de once al padre que tantas veces llevó sobre su lomo. Los setecientos niños inscritos en las escuelas del Ave María del barrio le organizaron un pequeño entierro.

Cuando fundó las escuelas, Andrés Manjón adquirió el animal para que le ayudara en sus desplazamientos. Cuenta IDEAL que los días de cobro de sus «haberes como catedrático de la Universidad, don Andrés empleaba buena parte de su paga en alpargatas, baberillos, dulces y hasta juguetes, todo lo cual cargaba sobre su asnilla y lo llevaba a los queridos niños. Esto y el carácter manso y noble  le granjearon la simpatía de los pequeñuelos, que en ella se paseaban por la huerta del colegio y con ella jugaban».

Una historia dice que en cierta ocasión venía un matrimonio de Madrid en el mismo vagón de tren en el que viajaba el Padre Manjón. Era la primera vez que la pareja venía a la ciudad y al enterarse de que el sacerdote era granadino entablaron conversación con él sobre los lugares que querían visitar. Entonces surgió el tema de las Escuelas del Ave María. La señora se deshizo en elogios hacia la figura del fundador, del que dijo que consideraba como un santo y que uno de sus deseos era llevarse un retrato suyo para que su imagen santificara su casa. La mujer no sabía que estaba ante el fundador de la obra del Ave María, al que reconoció unos días más tarde cuando visitaron el centro. La dama insistió en hacer una foto y el sacerdote, con la ironía que le caracterizaba, le entregó  una imagen suya a lomos de su borriquilla. Al pie del retrato escribió la dedicatoria: «A tal santo, tal peana»

A la muerte de Manjón, la borriquita fue utilizada por el que luego sería obispo de Guadix, Manuel Medina Olmos y por el obispo de Almería Diego Ventaja.

La historia del «Niño de la Carbonera»

Joaquín Baños Martínez,»el Niño de la Carbonera», se convirtió en uno de los delincuentes más buscados en la España de los años 30, sin embargo es difícil dibujar una biografía más allá de sus fechorías. Dónde termina el personaje y empieza su complicada vida es muy difícil de averiguar si la única fuente de memoria, como ocurre en este caso, es el IDEAL de los años previos a la Guerra Civil. Sabemos que era hijo de Antonia Martínez Galera, una carbonera malagueña, que tenía unos veinte años cuando comenzó a entrar y salir de la cárcel y que frecuentaba ambientes de extrema izquierda. No estaba casado, pero una mujer, María Barrera, esposa de «El Niño de Alhendín», iba a visitarlo al penal con frecuencia. Fue detenido tras un tiroteo en Bib Rambla y encarcelado en 1934. Se fugó en mayo del 35, en plena calle Elvira, cuando era conducido a la Audiencia para ser juzgado. Logró burlar a los agentes escabulléndose entre las cuevas del Barranco de Los Negros y el Cerro de San Miguel, e incluso la policía cercó La Manigua en su búsqueda en una persecución de película. Pero logró huir a Madrid, donde permaneció escondido por la Federación Anarquista Ibérica. Finalmente, en el año 36, fue detenido tras participar en un tiroteo en la zona de Ópera, al parecer contra un grupo de fascistas. Y es entonces cuando en la hemeroteca se pierde su rastro. Una vida borrada.

Recorte de IDEAL del 9 de mayo de 1935
Recorte de IDEAL del 9 de mayo de 1935

El primer supermercado de Granada

Abrió sus puertas el 20 de abril de 1960 en los bajos del edificio anexo de Olmedo, con entrada por la calle Ángel Ganivet. Podían adquirirse huevos frescos, carnes pescados y pollos congelados, frutas y verduras, productos lácteos, refrescos, legumbres, aceites, sopas, conservas, galletas, azúcar, te, vinos y licores, mermeladas… y fue el primer autoservicio de la ciudad. Se accedía por dos escaleras señoriales tras las que aguardaba una amable señorita que, «con amplia sonrisa», hacía entrega de una cesta para hacer la compra.

Una vez efectuado el acopio de artículos, el cliente salía por unos pasillos de revisión donde las señoritas encargadas, utilizando cajas registradoras marca ‘National’, hacían la cuenta y se entregaba (esto también era una novedad), para su comprobación, el detalle de la compra que generaba automáticamente la caja. Además se ofrecía la posibilidad de adquirir, previo pago, bolsas de plástico para llevarse los productos .

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Estos detalles nos pueden parecer ahora una obviedad, pero entonces era lo más, de los más moderno.