Paciencia y vergüenza

La vergüenza es una herencia. Quien la hereda, la tiene; quien no, sinvergüenza se mantiene. Como la vergüenza, la paciencia puede ser fundamental en la vida. Job la tuvo, y ahí lo tenemos, en los altares. La misma paciencia que exigimos a los docentes, de todos los niveles educativos, porque a veces hay que dar varias vueltas y mirar por la ventana antes de responder ante dichos o hechos, porque siempre se tienen las de perder. Siempre. Y los padres, con la susodicha siempre a cuestas, aunque a veces queda en las intenciones, o sencillamente acaba de golpe tras haber repetido algo una docena de veces. Paciencia, esa tranquilidad de espíritu que hay que buscar a pesar de que te ninguneen por ser alcalde de una ciudad de provincias, y no te reciban, o te hablen sarcásticamente, como si fueses de una categoría inferior, tú y tus representados, al pedir soluciones a problemas propios originados por los ajenos, por esos que se creen superiores porque el aire que respiran está mucho más contaminado que el tuyo, o porque escriben en boletines oficiales, sobre todo por eso. Y paciencia hemos de tener quienes caminamos cada día las calles, cuando sufrimos junto al resto tantas cosas injustas con las que nos cruzamos. En el centro de Granada veo a diario un señor que, sentado en el suelo, pide una ayuda para alimentar a sus hijas, cuya edad aparece retocada con el paso de los años. Ellas van creciendo mientras su padre sigue menguado a la altura de las rodillas de quienes pasamos. Paciencia, la misma que es menester cuando pisas excrementos de esos perros adorados por sus dueños, que con unas dioptrías desmesuradas, o con la espalda vieja, no limpian las consecuencias digestivas de sus canes, que van ornando las aceras de forma interdisciplinar. Al final todo llega, o al menos eso pensamos, y la paciencia evita que lleguemos antes de lo previsto donde nadie quiere llegar, aunque es la única meta segura. Granada es una ciudad paciente, su ciudadanía podría definirse como símbolo de esta virtud. Somos capaces de hacer las colas más insospechadas sin abrir la boca, ante el kiosco del pan, en el bar esperando la tapa, aguardando a que llegue el bus urbano, parados en la circunvalación cada día, atascados en Doctor Olóriz, aguardando el fin de las obras del metro, esperando que acabe la segunda circunvalación… Somos Penélopes, miramos los andenes de nuestra vieja estación, y miramos las jaulas vacías de los pajaritos, sin AVE, y no sabemos cuándo llegará. Dice Sebastián, que sigue siendo el líder del PP, que será a final del año, sí, de este año. Justo cinco meses antes de las próximas elecciones municipales. Debe ser que el AVE trae miles de votos enviados por ese ministro que mira altanero a Cuenca, nuestro alcalde; y hay quien supone que esos votos serán todos conservadores, porque llegan en un tren muy bien conservado, de lo contrario, con lo que tarda, podrían acabar podridos, por el paso del tiempo mismamente. Vergüenza.

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