La noche del escrutinio

Si especialmente, para los partidos políticos, es dura una campaña electoral, mucho más dura es una segunda campaña y aún más duro, emocionalmente, el día de las urnas porque desde las nueve de la mañana, que se abren los colegios electorales, hasta las ocho que se cierran, los líderes, responsables de las distintas formaciones y votantes solemos estar en vilo.


La nueva metodología, que vienen aplicando empresas especializadas en sondeos de opinión y partidos políticos después de las ocho de la tarde, a través de los medios de comunicación, se facilita, con mayor o menor acierto, un avance «a pie de urna» que suele ser orientativo de por dónde canta la gallina por dónde el gallo y en qué dirección se percibe el piar de los pollitos.
La impresión que yo tenía, al comienzo de la campaña me he visto obligado no a cambiarla pero sí a matizarla por los frecuentes cambios de rumbo y las exigencias a priori de los partidos teóricamente en baja, según las encuestas.


La supuesta subida de la extremada izquierda y la inquina de las fuerzas socialdemócratas contra el partido de centro derecha y el improbable entendimiento, desde un punto de vista constitucional, con el radicalismo marxista, nos puede situar en un escenario lamentable, aún peor que en diciembre pasado. Desde hace algunos días se escribe y comenta, por expertos y opinadores políticos, la posibilidad de ir a una tercera consulta. No creo que se llegue a consumar tal disparate.


España tiene que afrontar temas de gran calado, económicos y sociales, tanto internos como externos, es acuciante la formación de un gobierno –aunque sea transitorio– para, sin dilación, elaborar los presupuestos del próximo año, fundamentales para la normalización y funcionamiento del complejo engranaje del Estado, y sobre todo porque los españoles, por muy distintos y diferentes que queramos ser, no podemos permitirnos el lujo de dilapidar por tercera vez del erario público 160 millones de euros. Además del rechazo ciudadano, generalizado, exportaríamos de nuevo el ridículo y la incompetencia de la clase política, en el demócrata Occidente, que para nuestra imagen, como país, no sería nada positiva.


La noche del escrutinio puede convertirse –con tanto caldo de cultivo preelectoral, tan contaminante–, según los resultados finales, en la noche loca de los mil tequilas, la noche adelantada de las perseidas, de los cristales rotos, la noche de los cuchillos largos, la noche de las bestias, la noche de las brujas, la noche de los muertos vivientes o la noche políticamente en la que más de alguna cabeza rodará, por distintas razones, tal vez porque el simbólico patíbulo tratarán de ponerlo en funcionamiento, en nombre propio o en nombre de otros, para intentar deshacer lo que, desde un principio, han sido y siguen siendo incompatibilidades manifiestas.


Quedan pocas horas para escuchar «El canto del cisne». El poeta Virgilio, aun reconociendo que el cisne no canta, alimentaba la antigua leyenda de que el ave emitía el canto más melodioso como premonición a su propia muerte.