Llevo una semana con serias molestias en la original dentadura; me dicen por cercanías los más optimistas, que pueden ser producidas por la muela del juicio. Ignorante de mí no descarto nada, salvo que las molestias no las produce la muela de leche. Mientras me acerco al odontólogo para que diagnostique qué muela es la causante, lo cierto es que siento dolor, además, por muchas cosas.
Es terrible cada semana ese dolor cuando una mujer es asesinada por psicópatas de variado pelaje. Da la impresión de que se genera un diabólico mimetismo grupal y no hay fórmulas ni psicológicas, ni legales que frenen este itinerante proceso de martirio. No parecen, ni eficaces, ni suficientes los minutos de silencio, las manifestaciones y las banderas a media asta, en los ayuntamientos de nuestros pueblos. Hace falta algo más.
Y debe ser el poder ejecutivo quien, con firmeza, apruebe medidas bastante más severas y coercitivas para los asesinos que sobreviven, porque son numerosos los individuos que optan por el suicidio, no se sabe si como un acto de arrepentimiento o de cobardía. Lo mismo ocurre con los reincidentes casos de violencia sexual que parecen aumentar por la laxa justicia de la que gozan perversos canallas solos o en ‘manada’.
Esta semana, Ángela Morán, publicaba en este periódico, un interesante reportaje sobre el miedo a volver a casa como una realidad que sufren gran número de jóvenes granadinas. Pues así, hasta la más pequeña población de España. Se vive, lamentablemente, con gran preocupación por parte de las jóvenes pero, indudablemente, esa preocupación se extiende a padres y familiares.
Un dato menor. Hay más de trescientos delincuentes fichados en Madrid por la policía. Todos ellos son extranjeros y sin papeles. ¿Qué hacen, libremente, paseando el miedo por Cibeles? ¿Quién nos protege de estos individuos? Sería un dato mayor conocer cuántos autóctonos y foráneos fichados pasean el terror, por el suelo patrio. Menos mal que gozamos de policías y guardias civiles con reconocido prestigio dentro y fuera de nuestras fronteras, pero es imposible adosar un agente de seguridad a cada delincuente para que no delinca. El Estado debe utilizar, democráticamente, todos aquellos métodos legales para minimizar, al menos, el problema que atenaza de manera insistente a la ciudadanía que sufre con hartazgo excesivas y perniciosas situaciones.
Yo creo que la muela lo mismo me molesta, también, por el juicio de los procesados cesionistas de los que, por cierto, estamos hasta los ovoides por el cansino mensaje de que son víctimas políticas del Estado. No parece que esté suscitando demasiado interés, entre la sociedad civil, el proceso del proceso, aunque los telediarios y la prensa presten atención de primera con el creyente Junqueras que dice amar a España y al castellano aunque delinque en catalán, como el resto de sus ‘companys’, burlando la Constitución. Lo grave es que no parece que tengan intención de desmontar el ‘castellers’ porque les interesa recrear el victimismo político que es el entramado engañoso que arrastran los separatistas históricamente.
Un vecino, sabio, me ha recomendado Optalidón, para la dichosa muela, hasta que me decida ir al dentista. Esos antiguos fármacos de los años 80, me dice, que son muy eficaces. No sé si lo siguen fabricando. Iré a la farmacia con fervor anfetamínico, aunque creo que persistirá el dolor del sentimiento hasta que algunas cosas cambien.