Si hay algo que debe ser real en la sociedad española actual es que la educación es un bien gratuito, al que toda la ciudadanía entre seis y dieciséis años tiene derecho y obligación. Acabaron los tiempos en los que los niños debían salir, si es que habían entrado, a tempranas edades de la escuela porque se precisaba una mano de obra barata en campos, talleres, domicios y fábricas. Se acabó el tiempo en el que la educación fue dejada en manos de la iglesia, y esta llegaba donde podía con los medios que encontraba. Acabaron esos tiempos y otros, en los que la desigualdad comenzaba en la puerta por la que se accedía al colegio. Este país ha avanzado tanto durante los últimos cuarenta años en materia educativo que todo lo que suponga dar un paso atrás es hipotecar el futuro de la ciudadanía hasta final de este siglo XXI, porque la educación no se acaba en cuatro días ni se puede revisar como los precios de las gasolinas. Es un grave error. Cualquier país que tenga una mínima conciencia de futuro ha de tener unos consensos políticos básicos, intocables, que solo rozarlos puede suponer la caída de cualquier ministro. Y la educación debe estar ahí. Pero aquí aún parece que estamos en los tiempos de las dos puertas para las escuelas, cada ministro o gobierno que llega ha de modificar lo del anterior, con frecuencia para empeorarlo, y ahora que solo hay beneficios para la banca, la educación ha sido tomada como rehén por un gobierno conservador que tanto quiere retroceder. Aumentar la ratio en las clases, disminuir el número de maestros, eliminar asignaturas humanísticas, reducir las partidas económicas de los centros, no sustituir las bajas, suprimir las ayudas de comedores y de libros, aumentar las tasas universitarias, reducir las becas… son escollos en el camino que llevaba este país para alcanzar una ciudadanía bien formada, en igualdad con los demás. Educar es enseñar a crecer por sí mismo, es enseñar a vivir con la mayor dignidad y capacidad posible, es dar e interaccionar. Pero Wert, el ministro, solo entiende de dineros, o al menos es lo que le dicen sus jefes, y si no es así, no lo está demostrando, pues pasará a la historia como el peor ministro de educación, y eso ya era difícil de conseguir. Los niños que están ahora en los colegios serán los padres de las generaciones que gobiernen en los comienzos del siglo XXII. Esa, como otras perspectivas, se ha perdido, como no se quiere ver que la riqueza de un territorio está en el nivel educativo que se les da a sus habitantes, a todos. Este ministro pasará, este gobierno pasará, pero quedarán las consecuencias de la ejecución de sus normas como cicatrices en las mentes de los ciudadanos.
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