La integración pasa por la capacidad de aplicar las potencialidades máximas de cada cual en la labor que desempeña. No habría que demostrar nada más. Cada cual debe aportar lo mejor que tiene en las tareas por las que cobra un salario, en las que la sociedad le pide que aporte su grano de arena. Anteponer el mejor resultado que se pueda ofrecer a la vanidad de ser el mejor es el mayor logro de cualquier persona. Y dan igual sus límites, procedencia o cualquier otro factor que derive en presupuestos rancios. Cuando alguien da lo mejor de sí mismo ya tiene su medalla. Pero hemos construido una sociedad que no contempla así las cosas, es una sociedad resultadista, de mucho postureo y poco análisis del esfuerzo personal, individual; de poca solidaridad con el otro. La comparación basada en parámetros marcados por el primero nos lleva al error de apreciar al mejor. En el sistema laboral nuestra sociedad, la española, estima más otras cuestiones, que no valores, como la felicidad del jefe, la imagen bella según postulados que se aproximan más a la antigua Grecia que la realidad que hoy nos debiera definir. Buscamos el éxito, y cuanto antes mejor. La reflexión ha quedado como cosa anquilosada, de viejos; la inmediatez es lo que premia, resultadista, de soluciones rápidas sin considerar si estas soluciones serán nuevos problemas en un futuro inmediato. Y aquellas personas que no respondan a los cánones fijados quedan apartadas, postradas ante la ignorancia de la masa. Integrar es mucho más que hacer un hueco, es dar el papel que pertenece, porque lo puede desempeñar, a cada cual, fundamental en la organización del grupo, como lo es cualquier otro. Sin alguien que desinfecte un quirófano, el cirujano no realizará su trabajo con éxito final, no inmediato; sin alguien que cambie la lámpara del semáforo, el tráfico será un caos, por muy bien que esté diseñado el circuito; sin alguien que encienda la luz cualquiera podrá tropezar. Pero aquí le damos valor solo a las luciérnagas, sin querer ver a quienes están o podrían estar detrás. El sobresaliente lo es por los muchos que facilitan su posición, y solo es una referencia más en el conjunto. Quienes están ahí, si dan lo mejor de sí mismos también son sobresalientes, porque esta carrera de la vida la recorre cada cual con sus piernas, con su corazón y con su inteligencia. Y con frecuencia la sociedad pretende que la velocidad sea la máxima del mejor para todos, cuando lo cierto es que cada cual alcanzará la propia en virtud de sus capacidades. La clave está en potenciar a cada cual, en darle las opciones, las posibilidades para que alcance su velocidad máxima, su meta, y ese debiera ser el objetivo para cada individuo del colectivo social. La Universidad de Granada ha dado un paso más en este camino en la graduación de diecinueve jóvenes con discapacidad intelectual, tan grandes cada uno de ellos como el más renombrado de los científicos que pueda dar la UGR.