Pareciese que las cosas que ya están aquí cuando llegamos fuesen eternas, nos sobrepasasen en el tiempo porque ellas ya ocupaban los espacios, y nuestra presencia solo es de paso temporal. Ahí está, por poner un ejemplo, la Alhambra, que la hemos visto desde siempre, desde cualquier rincón de la ciudad, con su enérgica Torre de la Vela, con sus murallas y su templanza ante nosotros, soportando cada año los vaivenes de una ciudad que vive en una parte importante gracias a ella, pero que la mira poco, aunque la tenga siempre a la vista. Pero en ocasiones las cosas no son así. Hace unas semanas, la parisina catedral de Notre Dame se vio presa de las llamas. En unas pocas horas el mundo vio cómo sus techos, su aguja imponente y frágil, su interior, eran devorados por los fuegos de la tierra. No miremos ahora el origen, ni las causas. Fijémonos en que siempre estuvo ahí. Ocho siglos, como la Alhambra, y en un rato se vino abajo, fue pasto de las llamas. Y así ocurre, o puede ocurrir con otros entes, monumentos, construcciones humanas, o incluso naturales, que siempre estuvieron. Pero que en realidad ni fue así, ni se mantuvieron ni defendieron por sí mismos, y cualquier error humano, cualquier agresión externa, cualquier cambio natural pueden conseguir que sencillamente desaparezcan. Entonces llegan los lamentos y los cantos, y los recuerdos, y las búsquedas de recursos, y la memoria. Y es que las cosas están mientras están, así de simple, pero una simple dejadez, una confianza desmesurada en la supervivencia per se, una costumbre de que siempre fue así puede dar al traste con siglos de presencias. No se trata de buscar culpables entonces, de lo que se trata es de que quienes tienen en sus manos el mantenimiento, la conservación, la protección de las reliquias humanas o naturales de las cuales somos temporalmente responsables, de que esas personas sean conscientes de la trascendencia de su labor, y los gobiernos aporten lo que hayan de aportar para que mañana quienes nos sucedan sigan disfrutando de estas reliquias que tal vez son más débiles de lo que creemos, tal vez no las cuidamos atendiendo a lo que estos tiempos exigen. Lo sucedido en París ha de ser una llamada de atención a que nada es eterno, menos aún cuando interviene el ser humano; de que los tiempos cambian, y no es nuestra actuación lo que llama a mejoras, con líderes que pierden el tiempo mirando sus intereses, los propios y los partidistas, con escaso o nulo sentido de Estado, de la trascendencia que sus actuaciones, o sus no actuaciones, traerán consigo, de que nuestras responsabilidades van más allá de lo efímero del día a día, de que las herencias patrimoniales sobrepasan a nuestro tiempo, o al menos así debería ser. Mientras se recupera Notre Dame, que nunca será ya lo mismo, miremos a nuestro alrededor. Tal vez encontremos más puntos débiles de los que pensamos.