Trabaja toda su vida. Pudo estudiar, pero no se llevaba. A cambio, fue al taller de costura. Aprender a coser y bordar era importante para una mujer de su casa. Su formación derivó hacia metas que la época marcaba, ellos aprendían trabajando, ellas trabajaban mientras aprendían a desempeñar sus labores, su estado laboral, toda la vida. Llamada a ocuparse de marido, hijos, casa, trabajar en el campo, cuidar de sus padres…, todo: sus labores. Y así, entre criar familia, ocuparse de todo lo anterior, pasó la vida misma. Ahora, con 87 años, ve el fruto de su existencia, desde enormes ratos de soledad, cada cual en lo suyo, porque su compañero ya se fue, porque la vida es así de puta a veces, recordando días pasados, luchas, sin voz, sin sueldo, sin más recompensa que la salud y el amor de los suyos, de los que quedan, con un apoyo social de unos 700€ mensuales, porque ella cada vez, dicen, necesita menos. Los días pasan, de longitud a veces enorme, pocas veces dulce. Olvidando dónde duele, quién falta, quién está en cosas más importantes, y agradeciendo casi sin palabras ese tiempo con el que se obsequia a quien sabe que todo se acerca. Después, tal vez sobren flores, misas, llantos. Ahí está, la mujer, siempre trabajadora, que encontró su premio en hijos y nietos de vidas libres, en una sociedad que le deja un poco dinero para llegar a fin de mes, en hijos llenos de ocupaciones, justificaciones, excusas. Esa es y fue la mujer gracias a quien hoy vivimos como vivimos, aunque la veamos más por obligación que con el amor y gratitud merecidos.