Las medusas invaden las playas llamadas a sofocar el calor de quienes se acercan al litoral. Visitantes inoportunos y molestos que, sin embargo, están en su medio y son fruto de él. Pero molestan, asustan y producen urticarias. Lo mismo ocurre con la clase política, que estando en su medio, a veces produce malestar entre quienes se acercan buscando soluciones a los problemas que no afectan a una sola persona, sino a colectivos, poblaciones e incluso gentes en general. Pero los políticos están en su medio. Son fruto de ese espacio que crearon para vivir ellos. Y no todos producen urticaria, si bien es cierto que los que la producen ni tan siquiera lo saben. Quienes los acompañan les calientan las orejas, no se atreven a actuar como debieran, como aquellos consejeros romanos, que al ver a sus emperadores levitar por encima del bien y del mal les recordaban que eran mortales, o humanos, que viene a ser lo mismo. Hasta que los emperadores decidieron ser dioses y ya no hubo quien se atreviera a contradecirlos. Y eso es lo que puede ocurrir con algunos políticos, que han decidido ser dioses y vivir en su Olimpo, y gobiernan para ellos mismos. Y el pueblo se ve alejado de las decisiones del día a día, de las pequeñas cosas que confieren virtuosismo a la esencia humana. Los dioses solo se acercan cuando precisan el voto, y los humanos entonces cambian de dios, o se tapan la nariz y repiten. Pero no todos los dioses son iguales. Y algunos, con un pie en el Olimpo y otro en la Tierra, intentan satisfacer al pueblo. La cuestión está en los otros dioses, que han de mantener el postureo divino, y seguir en la pelea por el trono, e impiden que el pueblo reciba desde esas manos ajenas a las propias el maná que pueda reconfortarlo. Y no importa que les parezca bien, lo importante es que les interese. Y ahí andamos, entre las divinidades y lo sustancial, dándose codazos, o puntapiés, o puñaladas con la mano siniestra, que era muy usual entre los amigos de los emperadores romanos, que los abrazaban con la diestra mientras los apuñalaban con la siniestra con el fin confesable de ser ellos quienes los sucedieran. Tan era así que la lengua castellana adoptó el término vasco izquierda en lugar de siniestra para evitar malos rollos entre los hablantes. Y ahí seguimos, esperando que este agosto, inhábil en estas tierras para casi todos, menos para las medusas (disculpen quienes han de trabajar y comprendan la metáfora), venga a poner cordura en los cerebros de los dioses y sean consecuentes con las necesidades del pueblo, que empieza dos escalones por debajo de donde los dioses lo han situado. Y dejen de mirarse en sus espejos mágicos, que ni la madrastra de Blancanieves lo hubiera hecho tanto. Porque al final septiembre llega, y no es preciso esperar a los Reyes Magos, que son todo fantasía.