Seguimos con las medusas. Sin metáfora, directamente en vena, o en piel. Los participantes de una prueba deportiva en aguas salobreñeras fueron víctimas de sus ataques este domingo. Solo dos quedaron sin roce, no sabemos si fueron los ganadores de la prueba, y eso que todos iban con traje de neopreno. Las gentes ya no se atreven a refrescarse en las aguas marinas y optan por hacerlo con tinto de verano y cerveza en las barras de los chiringuitos. Es otra forma de luchar contra la urticaria y la insalubridad de las playas, de algunas playas este verano a las que seguramente no han dado banderas azules. Las enormes manchas marrones ondulan sobre las aguas y amenazan a los bañistas, y son de dos tipos, o medusas o restos derivados al parecer de unos colectores que se han quedado cortos. Habrá que ver los fondos marinos próximos a sus desembocaduras; tal vez se hayan formado colinas marinas de sedimentos humanos allá en los fondos, cada vez menos profundos y más próximos. Sí, ahora que ya el alquitrán y las carreteras han dejado de ser un problema, ahora que el personal busca la costa con desazón huyendo de los calores capitalinos, ahora queda por resolver este lastre que es residual, de los cuerpos humanos mismamente que dicen quienes han de apartarlos a manotazos. Lo de las medusas es otra historia que los biólogos marinos tendrán que explicar. Pero he aquí que mediado el mes más lujurioso del año en cuanto al baño se refiere, el personal de según qué zonas no da abasto a quejarse sobre el estado de las orillas marinas. Elogian las arenas y estado terrestre de las playas, pero ya de ahí hacia dentro todo parece haber dejado de funcionar. La culpa siempre se la echarán a los políticos, porque en este país eso es lo usual. La cuestión está en que habrá que prolongar las tuberías hasta donde sea preciso, porque no es cosa de que la gente se contenga mientras pasa sus vacaciones. Esto tiene un coste, y aquí los beneficios solo se ven a largo plazo. El personal se está planteando buscar otras calas, otras aguas que a ser posible sean azules, y no marrones, que cuando la gente suelta según qué, no espera ni desea volver a encontrarlo flotando a pocos centímetros de su piel, boca, cabeza, a los de su vecino de sombrilla. No es plan. Es desagradable, sobre todo para quien se ha gastado un tiempo y un dinero en encontrar frescor, placer y descanso en aguas de la mar, que sigue siendo salada, por ahora. Si las cosas continúan así tal vez además de cambiar de color también torne sus sabores en abanicos aún por descubrir. Puede parecer que exagero, pero ponga usted oído al personal que lo sufre. A pie de obra, que hay que estar más entre la gente y menos entre nuestras gentes, que la realidad a veces viene flotando por cualquier parte.