Los muertos se amontonan en las memorias de sus familias, que no han podido siquiera despedirse de ellos, las mismas que solo los pueden despedir desde el corazón, desde la mente, sin poder hacer otra cosa que llorarlos, sin ver nunca más sus rostros, solo con su recuerdo. Mientras, la pandemia que ninguno supimos ver llegar, sigue su camino en nuestra moderna sociedad, esta de las tecnologías, que ha venido despreciando la investigación, no solo en nuestro país; la sociedad que pensó que lo mejor de cada momento es el último modelo de móvil. Y hablar continuamente por guasap y dejar el tiempo pegado a las pantallas. Ahora, cuando la naturaleza muestra su rostro más feroz, tal vez nos demos cuenta de lo ilusos que somos, de lo equivocados y egoístas que somos. En lugar de asentar el futuro, no ya el de nuestros descendientes, que era el del cambio climático; no, el nuestro, ahora nos confinan en nuestras casas mientras esto pasa. Ya nada será igual, lo decimos, pero pronto lo olvidaremos, y regresaremos a nuestra necedad en prioridades: seguiremos hablando por guasap mientras ignoramos a quien está a nuestro lado. Y seguiremos invirtiendo en riquezas del presente en lugar de abonar el sosiego del futuro. Y será así porque solo hay que escuchar lo que quienes tienen la voz pública dicen, lo que hacen, al descrédito que ofrecen cada vez que abren la boca. ¿Aún no entienden que esto es otra cosa, lo que es ir todos a una?