Es de suyo que a finales de año, cuando afloran el mantecado, vibra la zambomba, los niños de San Ildefonso cantan «El Gordo» y suenan las doce campanadas hay quienes avivan, desde diferentes perspectivas, la conquista de Granada por los castellanos reyes y al rey moro que, según la leyenda, se fue suspirando al abandonar su palaciego refugio.
La popular costumbre de celebrar la entrega de la ciudad a los Reyes Católicos, el día dos de enero, con la tremolación del pendón de Castilla, desde la casa consistorial se ha convertido, en los últimos años en una estúpida escenificación de confrontación sin consistencia, a la que se han auto invitado grupúsculos extremos de contrario signo al margen de quienes, legítimamente, piensan que recordar la efeméride puede ser un acontecimiento revanchista frente a quienes perdieron el último eslabón del reino nazarí.
Lo cierto es que Boabdil, cuando entrega las llaves de la ciudadela a Fernando e Isabel, Granada está en plena decadencia y son las intrigas y la descomposición de un régimen quien propicia la entrada triunfal de las mesnadas castellanas. Aquí no se libra batalla alguna. Aquí se libra el honor frente a la deshonra y el nacimiento de una España unida. Es la historia y no se puede cambiar, aunque algunos traten de hacerlo.
En éstos días, donde el sol llama a la eclosión estival, se graban algunas escenas de una serie televisiva, «Isabel» que, al parecer, goza de buen share de audiencia, en la Televisión Española sobre las figuras de los católicos monarcas y es La Alhambra, como no podía ser de otra manera, escenario natural de los últimos capítulos de la producción histórica. Por la Colina Roja, palacios y jardines se mueven, luces, cámaras y acción de equipos técnicos, directores y actores que dan vida a los principales personajes que tuvieron un relevante protagonismo a comienzos del año 1492. No falta, como es natural, el anónimo elenco de famosos extras que darían dinero, en muchos casos, por salir en el fotograma.
Lo que me ha extrañado es la ausencia de los protestantes que, por el momento, han ignorado la retoma reencarnada gracias a la ficción cinematográfica pero la verdad es que me temía lo peor en ésta época en la que todo el mundo protesta por algo. Al alba veía incluso, en mi ensoñación, pancartas de: «Boabdil al poder», en la Puerta de la Justicia y la guardia cristiana lanzando botes de humo lacrimógeno a las huestes. Pero el rodaje transcurre con normalidad y no se espera un ataque por sorpresa. La ciudad está tomada, aunque con alguna indigestión.