No es que le echemos de menos es que le echamos de más. Más de la cuenta diría yo, porque aún es nuestro presidente. La impresión es que parece que se hubiera despedido a la francesa o se hubiese escapado de la hipotética cárcel, donde tanta gente se encuentra hoy presuntamente, descolgándose del poder con sábanas «El Burrito blanco». Aunque sospecho que usted no quiere leer el periódico, además habrá pedido que no le informen de nada y sobre todo aplicará lo de «a palabras necias oídos sordos» y estos días del despegue quizá lo que mayormente desea sea extender la cortina de humo de la solicitada ignorancia.
Supongo que estará de vacaciones, pero es bueno que no desconecte mucho de la realidad porque la cosa está «joía». ¿Le ha llegado algo de Gibraltar?. Sí, lo de los terrones de hormigón que le han regalado los llanitos a nuestros pescadores. Pues está la cosa que arde. El ministro de Interior español se ha puesto farruco y ha extremado los controles de entrada y salida del peñón y el de Exteriores estudia medidas firmes en varios escenarios internacionales. Los ingleses mandan navíos de guerra. Terrible. Los únicos que no están «acojonaos» son los macacos, esa guardia pretoriana que actúa con feroz onanismo cuando en aguas gibraltareñas atraca un buque de la Royal Marines.
Pero, difícilmente proclamaremos el estado de guerra. Todo parece que va a quedar en nada. Aunque sus últimas palabras como presidente de la Junta hubieran sido, conociéndole, como le conozco, decisivas. Ese silencio, ni siquiera ocupado por la ungida, ha creado mar de fondo en los armadores de la zona. Esa indiferencia del gobierno andaluz ante el conflicto no es entendible ni justificada. Los pescadores, al parecer, dejarán sus artes por la promesa, según el Ministro de Exteriores, García Margallo, de no trabajar y más indemnizar, practica que se extiende ignominiosamente en nuestra comunidad en varios sectores laborales.
No sé si alguna lengua vespertina le llevará el eco de mi voz, pero debería pensar en una aparición a pelo, como colofón, como el que no hace la cosa, incluso en bañador junto a la barra de un chiringuito y al olor de la sardina dar un mensaje de última hora con ruido de olas de agua amarga que rodea el pedrusco de siglos de conflictos entre españoles e ingleses. Tal vez una frase fustigadora contra el invasor y terminando con Marquina, como buen hidalgo español diciendo a los hijos de la Gran Bretaña aquello de: «España y yo somos así, señora», hubiese quedado en la lapidaria memoria de los andaluces en estos escasos día de ser a dejar de ser. Pero «ta esconío». Ah, se me olvidaba, no haga usted la mudanza con los hermanos Pastrana que sale usted en el periódico.