Estamos reviviendo la crueldad sangrienta del terrorismo que, históricamente, no fue jamás comprendido allende nuestras fronteras, salvo excepciones. España está triste y se avergüenza de pertenecer a una Europa que, políticamente, ignora la muerte o el sufrimiento de víctimas o familiares de víctimas inocentes que son el objetivo de la banda mafiosa de ETA con el tiro en la nuca o el coche bomba.
España ha llorado, con los ojos y la impotencia de un corazón partido, de no ser comprendida en el continente de los estados de la vieja Europa, donde prima más el ajuste económico que el ajuste ajusticiado de los derechos humanos.
Es bastante paradójico que, mientras nos apretamos el cinturón con el cumplimiento de las normas que dimanan de las autoridades monetarias europeas para alcanzar el objetivo que nos exigen, se produzca un abismo de ignorancia, por un cerril desconocimiento, de la realidad social española en la que, evidentemente, fluye el terrorismo como una losa que aplasta nuestra libertad y desprecia la vida humana.
Hoy, el terrorismo está larvado, enclaustrado en muchas instituciones vascas, y ese terrorismo separatista ha sido el causante de un gran dolor en este país que sufrió una guerra civil, que soportó una dictadura y que aspiraba, con el advenimiento de la democracia, a normalizar la vida de los españoles con un futuro mejor.
La noticia de las últimas horas vía Estrasburgo no ha sido buena, no. Aunque los juristas digan que el veredicto sea técnicamente discutible. Y no ha sido buena porque no hay arrepentimiento, ni gesto humanitario que justifique la salida de la cárcel de unos asesinos que ahora brindan con champán de hiel hasta embriagarse.
Demasiada prudencia hay en la calle del dolor irreversible. Mientras, los políticos españoles de turno no se ponen de acuerdo en reformar el Código Penal, con condenas ejemplarizantes -que nunca repararán el daño causado- es verdaderamente lamentable que el alto tribunal europeo antes de dictar sentencia no sintiera en sus togas el duelo eterno.
Europa es hoy aún más vieja e injusta. Y España está triste.