Un juzgado de lo Penal de Granada ha absuelto de un delito de maltrato animal a un hombre que hace un par de años fue acusado de ahorcar al perro de su vecino en venganza por las molestias que el animal causaba con sus persistentes ladridos. Dice el magistrado que aunque existen «sospechas ciertas e incluso vehementes» de que el animal falleció no ha quedado demostrado que el acusado matara al can.
Pese a que en la sentencia queda probado que el acusado se valió de una salchicha para confiar al inocente chucho, al que posteriormente rodeó su cuello con una cuerda y lo sujetó en el aire, el titular del juzgado señala que no está «acreditado que en ese momento el animal falleciera». La eterna duda.
A veces la sombra de la duda nos atenaza hasta la desesperación. La sentencia me ha recordado al marido que sufría íntimamente, durante años, la locura de los celos hacia su mujer a la que, presuntamente, consideraba infiel. Pero sus sospechas nunca las había podido sustanciar. Un día, harto de la situación, se dirigió a un despacho de detectives a quienes les contó su mortificante preocupación y les contrató para llevar a cabo la correspondiente indagación. Al cabo de dos meses fue llamado por la agencia para informarle de las pesquisas y resultados de la investigación.
El detective, con varias fotografías sobre la mesa de su despacho explicó con detalle que, en efecto, su mujer se veía con un señor con frecuencia y que la última vez, decidieron acudir a un hotel. «Una vez en la habitación, de la planta novena, -informó el investigador- pude observar a través de un ventanal valiéndome de unos prismáticos de alta resolución, cómo se desnudaban ambos, apagaban la luz y posteriormente bajaban la persiana». «¡La duda, siempre la eterna duda!», exclamó el marido.
Volviendo al asunto del difunto perro parece evidente que ladraba con reiterada frecuencia. Que su propietario nada hizo para acallar sus molestos ladridos. Que el vecino protestón lo trajinó con una salchicha para ganar su confianza. Que a modo de rústico collar le ató un cordel en el cuello y que lo sujetó en el aire -no sabemos durante cuanto tiempo- como si se tratara de un pernil de Jabugo. Pero no ha quedado probada la causa de su muerte.
Pudo ser que la salchicha estuviera caducada, como las que le gustan al ministro Cañete, o que el pobre animal al verse en tan difícil trance se asustara y muriera de un infarto.
Un misterio. Una incógnita. Pese a existir «sospechas ciertas e incluso vehementes» también a su señoría le embargó la duda al dictar sentencia.