Que no sabe usted, señoría, -vino a decir el abogado defensor de Isabel Pantoja-, lo que el amor puede provocar en una criatura sedienta de ardor y de deseo. La hormona del amor, agregó el letrado, es lo mismo que un nublado de tiniebla y pedernal. Es un potro desbocado que no sabe donde va. Mi defendida quedó prendada de esa figura irrepetible de Julián Muñoz y no solo sintió mariposas en el estómago sino que quedó obnubilada, alelada, casi en estado catatónico transitorio contable donde, difícilmente, podía diferenciar la realidad de la ficción. Tan es así, señoría, que en vez de blanquear, a «Mi gitana» de Marbella le dio por blanquear dinero de su corrupto amante.
Ya lo dijo Ortega y Gasset, una hormona enamorada puede cegar, matizó el abogado dirigiéndose a la fiscalía que ha pedido tres años de mazmorra para la tonadillera. Y filósofos, científicos y poetas se han referido a la ceguera del amor. La neurobióloga, Mara Dierssen, del Centro de Regulación Genómica de Barcelona, ha descrito el amor como «una adicción química entre dos personas».
Esa adicción, cuando es fuerte, como fue el caso de la Pantoja con «Cachuli» puede debilitar la voluntad, tolerar incluso acciones no deseables y en definitiva tupir la visión con billetes de quinientos euros llamados, en la época del blanqueo, Bin Laden. En la etapa «floreciente» del ladrillo y el negro parné a Zapatero se le pasó por la cabeza que afloraran los verdes papeles de curso legal en situación de ilegalidad, pero parece que fue Fernández Ordóñez, entonces en el Banco de España, quien con sentido común dijo que hacer la vista gorda en ésa cuestión podría parecer una amnistía fiscal. Si el que ahora observa, filosóficamente, el paso de las nubes por nuestros azules cielos hubiese impuesto su criterio mucha gente no se hubiera sentado hoy en el banquillo de la corrupción.
Los grandes amores siempre acaban en tragedia. Romeo y Julieta, Marco Antonio y Cleopatra, los de Teruel murieron por amor y fueron a dar con sus huesos a la tumba del ejemplo. El amor de Pantoja y Muñoz murió por ilícitos intereses dinerarios y darán con sus huesos en la trena. Mal ejemplo de una España especulativa y abribonada en la podrida manzana de las corruptelas.
No se como tendrá, en la actualidad, Isabel Pantoja la hormona del amor, pero me imagino que debe haber recuperado algo la vista porque su amante, «desprendío» tiró su cariño al río y la fiscalía sube un peldaño en sus peticiones para que, al margen de llenar las galas por esa geografía de la ignorancia de la indiferencia, Isabel cumpla, en justicia, con la penitencia de su «ceguera».