Y hablamos del tranvía de la cremallera y de las «pasaeras», de moros y cristianos, de los guardas jurados y los tiros de sal por el follaje alhambreño, de quienes se extendían en la cita hacia Puerta Real como epicentro de los genuinos malafollás, de las extintas putas de La Manigua y aquellas que aliviaban, a mano, el espíritu guerrero de la soldadesca, sin graduación, en los jardinillos del Salón y de aquellas tertulias de intelectuales y artistas que daban sabor y olor a tabaco liado y quemado en la nube del humo de las diversas ideas a las columnas blancas y doradas del viejo Café Suizo.
Sé que te jodió -escribo con el mimetismo de tu libertina lengua- que el viejo café de tratantes y poetas se convirtiera en carne picada con cebolla, ketchup y mostaza. Pero yo te consolaba recordándote aquello de: «Siempre nos quedará «El Elefante» aunque nos aplaste».
Nos veíamos, con seguridad por estas fechas, para juramentar la mejor quintilla del Corpus y el coñazo de García Montero nos invitaba siempre a arroz con bogavante. Este año tendrás tu sitio en la mesa, nos comeremos tu arroz, que ya cocina Juan, y votaremos, que difícil, «in memoriam», la mejor de ellas invocando en el introito, a Ferroll el de los jabones.
Habíamos quedado, un día de encuentro letrado, en recopilar algunas historias granadinas del pasado, de profundo humor que a ti y a mí nos hacían reír hasta el acojone. El tiempo ha pasado, inexorablemente, con vertiginosa rapidez hasta el punto que no sé si te escribo o hablo contigo, aquella idea ha trascendido a mejor vida.
Pero no quiero que esto sea un obituario al uso y por eso no hablo de tu fantástica creatividad como escritor, como pintor, como charlista, ni de tu singular raíz profundamente granadina.
Como sabes todos, al final, somos una caricatura y siempre te recuerdo con tu sentido del humor, tu bonhomía, tu mala leche, tu cultura escondida, la barba blanca, el pañuelo de seda, el bastón con empuñadura de plata y la capa española que todo lo tapa y esa transgresora personalidad que dará mucho que hablar allá donde te encuentres ahora.
Por siempre mi admiración y amistad. ¿Qué quieres qué te diga, Enrique?
Tiene malafollá que te vayas sin despedirte, pero el hombre propone y Dios dispone.