Es raro el día que no tenemos noticia de algún caso de violencia social, lamentablemente, con resultado de muerte. Con frecuencia se reiteran los que protagonizan los terroristas del acoso y malos tratos hacia la mujer a la que después de asesinarla, por lo general intentan suicidarse. Estos personajes, perturbados, deberían ir, bueno deberían ir al médico especialista, pero si por orgullo, venganza, odio o autosuficiencia no quieren o consideran que no necesitan ayuda, tendrían que ir cambiando el procedimiento. Es decir, primero suicidarse ellos y después…. De esta forma nos evitaríamos mucha sangre inocente derramada, muchas penas innecesarias y mucho sufrimiento en numerosas familias.
No quiero ser pesimista pero es que vivimos en un permanente ambiente de crispación y hostilidad que se ha ido introduciendo con la lentitud erosiva de la lava en amplios sectores ciudadanos. Hoy se mata, se acosa, se calumnia, se amenaza, se ofende, se delinque, se roba o se extorsiona con natural actitud y chulería. Y esto se viene haciendo en persona o desde la madriguera anónima de las redes sociales.
Algunos, creo que la mayoría, por fortuna esperamos reparación del daño causado pero, sinceramente, suele llegar en muchos casos tarde, mal o nunca. Precisamente esa relajación moral y ética está produciendo el efecto contaminante de transmitir que todo vale y ahí se acoge quien o quienes están dispuestos a saltarse la valla, sin concertinas, que tenemos instalada en la pasiva frontera del bien y del mal.
No creo en las pantomimas de los minutos de silencio, ni en las pancartas, ni en las banderas a media asta. Creo en la justicia y en la reparación del daño causado. En el firme y ejemplar compromiso de los partidos políticos como responsables de la regeneración y el cumplimiento de la legalidad. No es más democrático un país por su frágil tolerancia al libertinaje.
Hemos bajado mucho la guardia y estamos en permanente exposición frente a cualquier energúmeno violento que suele actuar impunemente. En la calle del despropósito pueden romperle la crisma a un policía, hacer añicos el cristal de un escaparate, incendiar un cajero automático, robarle el bolso a una anciana y arrastrarla hasta quebrarle los huesos, quemar a lo bonzo a un mendigo que dormita en un soportal o pegarle tres tiros a la novia porque no ha acudido puntual a la cita.
Y en la mayoría de los casos como no hay testigos, porque nadie quiere ver nada que le comprometa, pues que venga Dios y lo vea.