Ya sabíamos, sin ser adivinos, que las elecciones europeas iban a propiciar dos hechos determinantes; de una parte la abstención y de otra las consecuencias de los negativos resultados en las organizaciones políticas mayoritarias.
La ensalada de votos de conservadores, socialdemócratas, izquierdistas, ultra izquierda, ultra derecha, independentistas, neonazis y partidos antieuropeístas, dibujan un panorama de escaños semejantes a una torre de Babel de difícil digestión en el Parlamento de los pueblos de Europa. Pero hay que respetar las urnas.
En España han llamado la atención la consolidación del 15 M, como partido: movimiento de indignados y antisistema que nació en la «vía pública» y que ha liderado, con su virtuosa flauta como el de Hamelín, el joven profesor, Pablo Iglesias, y el chocante éxito del socialismo en Andalucía que, según los politólogos, se debe al efecto regenerativo de la recién llegada Susana Díaz. Lo que le ha permitido «sacar pecho», -como escribía una colega recientemente- y convertirse en faro y guía del futuro de su partido a nivel nacional.
La consecuente decisión de Pérez Rubalcaba de anunciar su marcha como secretario general del PSOE, rumiada con anterioridad a la celebración de los comicios, fue un gesto bien valorado y que honra al veterano hombre de Estado que se rinde a la evidencia de los hechos consumados. Pero ahora viene lo difícil por mucho que los partidos se empeñen en alardear de «banquillo» y es encontrar el mirlo blanco -al margen de procedimientos-, que tenga la capacidad de sacar adelante un proyecto ilusionante para la mayoría de los militantes y más tarde que cace ratones.
Sociológicamente, pese a la circunstancias de unos resultados electorales europeos, difícilmente en España se van a diluir las dos fuerzas mayoritarias que, con sus luces y sus sombras, han consolidado, junto a otras respetables opciones, unos años de convivencia democrática, de desarrollo y de paz tan solo quebrada por el triste y lamentable fenómeno del terrorismo.
No creo, por tanto, en los experimentos con gaseosa, ni en los cantos de sirena, ni en los vendedores de humo. Aunque tampoco creo en la política del avestruz, ni en aquellos que miran para otro lado con ensoberbecido desprecio.
Es hora de recomponer, asumir responsabilidades y ejercer con honestidad actitudes ejemplares visibles ante los ojos de los ciudadanos. El aviso a navegantes del pasado domingo no debe dejar a nadie indiferente, porque ha sido un severo aviso, y quien no lo entienda así debería ir haciendo la maleta y marcharse a Marte que aún quedan plazas. La ventaja del viaje al rojo planeta es que no es de vuelta.