Con el calor, sexualmente, afloran los cuernos con mayor frecuencia y las deslealtades. De la misma forma que con el ocio vacacional, en nuestra patria muchos pueblos y ciudades celebran fiestas de cuernos en torno al toro, símbolo nacional por antonomasia, que ahora la extremada izquierda pretende abolir como uno de sus principales retos políticos en los primeros meses de gobernar en autonomías, ciudades y aldeas. Quitar las corridas de toros y los nombres a las calles parece, para la nueva remesa renovadora, una prioridad.
Recuerdo las inolvidables transmisiones, en blanco y negro, del admirado Matías Prats en TVE cuando, como el No-Do, era la primera y única televisión «al alcance de todos los españoles». Con don Matías y su sonora e irrepetible voz no solo aprendías de tauromaquia, sino que te aficionabas al Arte de Cúchares y además, como tenía el de Villa del Río tan prodigiosa memoria -sólo callaba en el instante de la suerte de matar- era habitual que en un alarde de conocimiento comentase quién era el cuñado del picador o la madre del alguacilillo que solía entregar algún trofeo al diestro al finalizar su actuación. Es evidente que el fomento de la llamada Fiesta Nacional, como el teatro de Estudio 1, fue de extraordinaria atracción para el gran público de entonces porque en la actualidad, a juzgar por los datos de audiencia de TVE, sociológicamente el fútbol, el cine y las motos son los vencedores frente a los toros. En San Sebastián, que curiosamente han vuelto los festejos a la plaza de Illuren, tan sólo se alcanzó el 10,2 de cuota de pantalla, o lo que es lo mismo, fueron tan solo unos 877.000 espectadores los que vieron la corrida.
Está claro que no estamos en la época de Hemingway, fumándose un habano, mientras se alisaba su barba, desde el vallado en Mercaderes o Estafeta, con los primeros whiskys de la mañana, viendo el encierro pamplonica de los novillos que se lidian en honor y gloria del Santo Fermín, ni de aquella corrida de Luis Miguel Dominguín con Ava Gadner, «el animal más bello del mundo», que luego contó. Ni de la foto de Canito que retrató la más llorada muerte corneada de Manolete, aquel agosto del 47 en Linares.
Este verano, tristemente, han fallecido por asta de toro una decena de personas en encierros y festejos similares. En los últimos quince años la suma asciende a casi 70, de ellos tres mujeres. La fiesta de los cuernos está en cuestión. Dentro y fuera de España. Dilema eterno que hoy se reaviva porque han surgido movimientos, dentro de las organizaciones políticas de animalistas o, en éste caso, de activistas antitaurinos.
Recordarán ustedes a «Manolo el del Bombo» que anima en los estadios de fútbol, o al «Diamante Rubio», que lo hacía en el graderío de las plazas de España con sombrero de ala ancha y vistosa montura negra de gafas, sin cristales, luciendo bastón de ganadero y clavel reventón en la solapa de su chaqueta en la que entraba todo. Pues ahora nos ha salido, sale, un personaje importado de Holanda, Peter Hansen, que recorre los cosos taurinos de España pagado por una organización antitaurina con capital extranjero. Es el fenómeno fantasmagórico que salta al ruedo de este verano con el torso desnudo pintado con leyendas de protesta de no violencia y, sin muletilla, invade el albero -intentó agredir en Palma de Mallorca a Morante- y abraza al toro, pero cuando ya está apuntillado. El holandés errante tendría valor y mérito si abrazara al toro cuando sale de toriles pero lo hace en el «rígor mortis». Goya o Picasso no hubiesen pintado esta suerte de la necedad. Ambos se inspiraron en lo sublime de la tauromaquia de Pepe Hillo.