Aunque con el canto del gallo ya estaba el personal calentito, inquieto y cabreado, fueron las señales horarias del inexorable reloj del sol las que despertaron a las emisoras de radio y las redes sociales para avivar las conciencias de las mesnadas que se dirigían a los campos de Tordesillas, unos –los animalistas y antitaurinos– para intentar salvarle la vida al astado «Rompesuelas», y otros, con el «modus operandi» de ajusticiarlo, según las normas del festejo tradicional que el pueblo, en el que reinó Juana I de Castilla, vecina difunta en nuestra Capilla Real, pretende conservar después de cinco siglos.
Quizá una de las más duras críticas, a esta manifestación arcaica, la ha escrito este año el académico Arturo Pérez Reverte: «Tordesillas simboliza la España ruin de chusma y linchamiento». Ignora el novelista que en, desafortunadas ocasiones, fue innecesaria la figura del toro para que España nos helara el corazón.
La mañana se presumía revuelta. El regidor del Partido Socialista, José Antonio González, había recibido el primer aviso, antes de la «corrida», de su secretario general, cuando, meses atrás, en un gesto de puro marketing político, Pedro Sánchez se alineó con Jorge Javier Vazquez y llamó al programa «Sálvame», comprometiéndose a cargarse la tradición del Torneo del Toro de la Vega. Jorge Javier expresó su gratitud por el gesto y en acción de gracias manifestó su intención de seguir votando al Partido Socialista.
El dilema del alcalde tordesillano era terrible. ¿Qué hacer? Podría haber suspendido, por decreto, el festejo jugándose la vida como el pobre «Rompesuelas» o, simplemente, dimitir de su cargo. Pero no, José Antonio, con razón o sin ella, fue coherente con la mayoría de su gente, que son quienes le votan, y finalmente, con algunos minutos de retraso y entre el tumulto enfurecido de caballistas, lanceros, pros, contras y policías –que una vez más, hay que felicitarles por su impecable actuación en estos novedosos y delicados escenarios– dio orden para que comenzara el festejo.
Desde la 1 de TVE nos tranquilizaba saber que el sentenciado morlaco –según Mariló Montero– había sido bien alimentado en la finca ganadera y, como las penas con pan son menos, nos reconfortó de alguna manera saber que el bravo animal salía desayunado al bárbaro juego.
Minutos antes del mediodía, ante casi cuarenta mil espectadores, «Rompesuelas» moría alanceado en la tierra de la vega del pueblo vallisoletano a manos de un joven leonés que no ganó, según criterio del jurado, por la «falta de pureza» en el desarrollo del reglamento. La noticia del toro de Tordesillas, tras siglos de existencia, ha sido alimentada y salpimentada al gusto por periódicos, televisiones, facebooks, twitters, guasapps y emisoras de radio, incluso haciéndonos olvidar la gran tragedia humana de los refugiados que piden asilo y auxilio, desesperadamente, víctimas de la guerra y el hambre.
Por la noche, de madrugada, en el programa de RNE «Gente Despierta» que presenta Carles Mesa, que como su propio nombre indica forma parte de la cuota catalana de la casa pública radiotelevisiva, se sorprendió cuando desde el control de sonido le pasaron a un noctámbulo oyente con una inesperada propuesta: «Mire, Carles –vino a decirle el anónimo escuchante– tengo la solución para conservar la tradición del Toro de la Vega evitando la violencia y la muerte del animal. Como soy pensador he concebido sustituir las puntas de acero de las lanzas por tubos, –como los del Kanfort (sic)– con distintos colores. El lancero que señale al animal en un lugar vital con tinta roja será el ganador». Carles despidió al iluminado inventor y siguió hablando, a toro pasado, con un sesudo ingeniero español sobre robótica.