Tuve la suerte de conocer a Rafael Pérez Pire García en los años setenta gracias a su cuñado, el prestigioso abogado Miguel Angulo. Miguel me llamó para que colaborase periodísticamente con la incipiente Federación Empresarial de Granada, que creó e impulsó Rafael en los prolegómenos democráticos en España. Fue, sencillamente, el hombre que generó la necesidad y el entusiasmo –unas vez defenestrados los sindicatos verticales que agrupaban a obreros y patronos– para ‘educar’ y conseguir
el justo papel del empresariado y el de los trabajadores, sindicados o libres, en un panorama diferente que demandaba imaginación, fortalecimiento de las instituciones y credibilidad tras una etapa de dirigismo político generalizado.
En la misma línea se crea en 1977 la Confederación de Organizaciones Empresariales
y agrupó, en escaso tiempo, a dos millones de empresarios autónomos y 197 organizaciones empresariales de todas las regiones. Pérez Pire fue –solo desde un simbólico epíteto– la locomotora del débil empresariado provincial granadino de aquellos años. Luego vinieron otros hombres, otros nombres que hicieron
fuerte a la organización de empresarios.
Podría hablar de todos los que fueron presidentes pero por razones de espacio mencionaré al más joven, cabal e izquierdoso amigo, Alfonso Medina, que llegó a presidir igualmente el consejo de administración de la Caja de Ahorros de Granada; y el más simpático, tolerante, aglutinante y armonioso que también presidió la Cámara de Comercio: Luis Curiel.
Estuve cerca de Rafael Pérez Pire durante casi una década, cuando él dirigió y más tarde presidió la Compañía Puleva. Me encargué, porque él confió en mí, de la comunicación e imagen de la empresa. No sé, la verdad, si logré los objetivos que él había pretendido que alcanzara, lo cierto es que el día a día nos unió en una mayor confianza, una mayor lealtad y una envidiable amistad que hace unos días ha roto el destino. Esa fecha de caducidad que, pese a la tesis de Arias Cañete, es definitiva.
Leo que la paciencia es la virtud con la cual el árbol llega a dar sus frutos. Yo estaba a la espera de que alguien, principal, reconociera en esta provincia cainita la labor, el esfuerzo y la extraordinaria personalidad de Rafael Pérez Pire como elemento dinamizador de la moderna empresa Puleva, pero esta ciudad continúa siendo la de la silencios eternos. Esa «agua oculta que llora» no fue solo una afortunada frase poética, de Ganivet, sino una acertada sentencia de lo que, por mil razones,
tratamos de silenciar.
Pero después del prolongado olvido, he querido asomarme a la ventana del tiempo, ahora que Rafael no me lee, para reconocerle sus luces y sus sombras, porque siempre fui muy severamente amigo. Su ejemplo como empresario y su humanización y bonhomía con una industria que nació en Granada, con el apoyo de pequeños y medianos accionistas, fundamentalmente granadinos, logró en comercialización, en investigación y en desarrollo situarse en el ranking de las más importantes de nuestro país, logrando, incluso, patentes internacionales.
Quizá no tenga mérito que yo cuente esto, pero, ya digo que he tenido no la paciencia del Santo Job, sino la ‘del árbol de raíz amarga pero de frutos dulces’, por si algún ‘valiente’ hilvanaba unas líneas de afecto y reconocimiento. Al final me ha salido la vena de maletilla y me he tirado al ruedo del sincero pundonor, acercando, aunque sea someramente, la ingle a las astas del toro que empitona el olvido.