Manuel Machado acertó en sus versos cuando escribió que: «Hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son, y cuando las canta el pueblo, ya nadie sabe el autor…» Evoco al sevillano autor y académico en un momento en el que la Real Academia de la Lengua ha salido, en los últimos días, a los escenarios mediáticos, a través de algunos de sus miembros o de sus criterios corporativos sobre la inclusión, en el Diccionario sobre el término ‘ganivetiano’.
Los académicos, a veces, no se comportan muy academicistamente, como le ocurrió, recientemente, a Félix de Azúa, quien, ante el desatino catalán, calificó a la actual alcaldesa de Barcelona –para censurar su actitud política- social– como una mujer que debería estar sirviendo en un puesto de pescado. El sentido peyorativo de la aseveración no fue muy afortunado. En primer lugar, porque todo trabajo, por modesto y humilde que sea, si se realiza con honestidad y eficacia, puede y debe compararse, por ejemplo, como el que puede llevar a cabo, un académico que ocupa sus posaderas en cualquier sillón, con letra mayúscula o minúscula, de la RAE. En segundo lugar, yo que nací a unos metros de la vieja Pescadería, conocí y mucho, a los vendedores pescaderos y ciertamente, hace años de machismo imperante, lucían y vendían mucho más, con belleza, garbo, pregones sugerentes y sabiduría las pescaderas.
Aún hoy, además de comprar el pan, como el recordado Paco Umbral, me encanta visitar a mis pescaderas, más próximas, observar el género, deleitarme y preguntar qué entró vivito y coleando en la lonja.
El escritor catalán y académico Félix de Azúa, autor entre otros de ‘Historia de un idiota contada por él mismo’, se pasa tres pueblos y una pedanía al comparar a Ana Colau con una pescadera, ignorando que la equiparación ofende a las que ejercen el viejo y noble oficio de la orden de las damas de blanco, que nos ofrecen el fresco pescado de cada día en tiendas y mercados.
Como les decía, la que «limpia, fija y da esplendor » ante la petición con motivo del 150 aniversario del nacimiento de Ángel Ganivet, más que razonable, del Centro Artístico de Granada de incluir en el diccionario de la Lengua Española el término ‘ganivetiano’, se la ha cogido con papel de fumar y ha dicho que será incluido
si se constata su uso por autores de reconocido prestigio y de una forma permanente
y no circunstancial.
Difícilmente podríamos encontrar a la primera persona que llamó ‘almondigas’ a las albóndigas, ‘armejillón’ al mejillón, ‘toballa’ a la toalla, ‘murciégalo’ por murciélago o ‘fragoneta’ por furgoneta. Lo verdaderamente extraño es que la Academia, en la salvaguarda de la lengua española, actúe tan generosamente con diversidad de vocablos populacheros que en la mayoría de los casos nos hacían sonreír ante la
ignorancia de quienes los utilizaban y que sin duda son una deformación lingüística.
La Academia está admitiendo, asumiendo, terminologías que, dudo mucho, puedan enriquecer la lengua española. No sé si se trata de un acercamiento modernista premeditado para destruir la ortodoxia académica, pero a mi juicio es de una terrible vulgaridad, un barbarismo. Lo de ‘ganivetiano’ es tan poco discutible como lo de ‘machadiano’, ‘picassiano’ o ‘benaventiano’.