Rafael Guillén, además de ser uno de los grandes poetas que ha parido esta tierra, ha sido y es un enamorado de la Alpujarra. Hace algunos años, escritores y artistas se reunían, frecuentemente convocados por Pepe Corral, en grupales aquelarres lúdicos-literarios donde no sólo se disfrutaban de las ricas viandas del cerdo difunto –manjares naturales de excelsa gastronomía ‘colesterolémica’ de la zona– sino que los riegos vitivinícolas, elevaban el espíritu y abrían las puertas a las musas de la creatividad.
Pepe Corral, además de ser economista y excéntrico funcionario de Hacienda, fue el más singular periodista de IDEAL, humano, culto, con enorme sentido del humor, que solía alegrarse de las cosas o entristecerse cuando los demás quedaban impasibles o indiferentes.
Cuenta, Guillén, que un día, ahítos de brindar con el vino ‘filosófico’, Pepe, desde la balconada de su típica casa en Capileira, a la caída del sol, convocó al grupo de intelectuales y amigos y les arengó: «Mirad, amigos, mirad, sin prisa la vegetación, los riachuelos, los pueblecitos cercanos, con sus casas blancas y las chimeneas humeantes, el crepúsculo que pone manto de oro a un paisaje extraordinariamente bello. Observar, también, a las gallinas que están junto a nosotros. Miradlas. Ahí están ellas, hablando de sus cosas».
El vino ‘filosófico’ de Corral era un enigma. Lo más expertos aseguran que la ‘barrica’ popular sumaba vinos y néctares, diversos, incluso el Licor del Polo. Tal vez fue una exageración de los consumidores invitados. El pasado domingo el vecino de arriba, de esta casa de papel, Esteban de las Heras, recordaba en un magnífico y nostálgico texto a Pepe Corral, que siempre soñaba con ser «millonario del tiempo». Utópico deseo del querido periodista porque difícilmente podemos frenar, detener, ni siquiera ralentizarlo. El tiempo corre, vuela. El tiempo tiene prisa siempre y es incontrolable.
Dice un proverbio árabe: «Cuatro cosas hay que nunca vuelven más: una bala disparada, una palabra hablada, un tiempo pasado y una ocasión desaprovechada». Lo único que podemos hacer es un seguimiento de los segundos, los minutos y las horas a través de un reloj y más pronto de lo que imaginemos vamos a poder disponer del ‘reloj de la muerte’, artilugio que nos dirá exactamente, sin retraso, el día que palmaremos. Ahí andan, en vigilia permanente, un equipo de científicos, (informáticos, matemáticos y médicos) de la universidad de East Anglia, en el Reino Unido, con éste novedoso proyecto de pulsera.
El futuro diagnóstico, finito, no creo que lo asuman los supersticiosos, ni aquellos que viven al día, sin saber qué hora es. Los metodistas –no me refiero a los protestantes cristianos, sino a los metódicos que tratan de buscar la perfección hasta el último hálito– sí les podría interesar un ‘reloj de la muerte’ porque les daría tiempo a pronunciarse, ante notario, sobre sus últimas voluntades y preparar las exequias
fúnebres con cierto decoro.
Personalmente, como Pepe Corral, me gustaría ser ‘millonario del tiempo’, para disfrutarlo con mi familia y mis queridos amigos, pero verdaderamente, no tengo ningún interés en conocer, científicamente, el reloj que marque mi hora final. Entre otros motivos porque la muerte es inesperable. Y al reloj se le pueden consumir las pilas.