Decíamos ayer que la noche del escrutinio sería, con tanta contaminación política previa, la noche loca de los mil tequilas, la de las perseidas adelantadas, la de los cristales rotos, la de los cuchillos largos o la de los muertos vivientes. Sin consultar a Aramis Fuster o al sabio Rappel –qué sería de los españoles sin ellos– comentamos, tras el embrollo de los resultados de las elecciones generales de diciembre, que una «segunda vuelta», nos iba a situar en un escenario político, probablemente, de mayor complejidad, especialmente, para la mayoría de las formaciones políticas.
Hay que reconocer que no hubo voluntad y responsabilidad institucional para la constitución de un nuevo gobierno. Frente a la ambición imposible y las prisas de algunos por tocar el techo del poder, otros prefirieron utilizar la paciencia y la cautela y aplicar aquel proverbio, casi olvidado, de «Siéntate en la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo». Y el proverbio se ha cumplido, de alguna u otra forma, porque quienes aspiraban a mejorar su status con mayores adhesiones han mermado, seriamente, sus expectativas favoreciendo, considerablemente, a los que dejaron que el, inexorable paso del tiempo, se encargarse de poner a cada uno en su sitio.
Desde un punto de vista sociológico, circunscribiéndome a los resultados electorales del pasado domingo, me ha llamado la atención la inesperada e indicativa subida, del Partido Popular en Andalucía, dejando a Susana Díaz, desconsolada, en faralaes, pero silenciosa con las castañuelas.
Aún así, Susana, sin desprenderse de su atuendo trianero, pretende cruzar los ríos del descalabro, ascender los picos de Despeñaperros y hacer compatible la presidencia de la Junta de Andalucía con la secretaría general del PSOE. Es un reto legítimo que a nadie sorprende, cantado por sevillanas, desde que Sánchez, intentase impulsar un proyecto ilusionante en el Partido Socialista, cuestión, que no ha conseguido, Pedro Sánchez, a la vista de los resultados, bis, electorales.
Otra impresión que me sobrecoge, es el éxito del centro derecha, en Granada, y ese éxito tiene un nombre y apellidos: Sebastián Pérez Ortiz. Ustedes no saben, pero yo sí, el hostigamiento, el acoso, y las malas artes nacidas en conciliábulos maquiavélicos y aquelarres culinarios que ha tenido que soportar Sebastián en los últimos años, por parte de «escribas» y «fariseos». Y es que el actual presidente de los populares era y, sigue siendo, un adversario a «liquidar» por una sencilla razón: gana elecciones.
El caso es que Sebastián Pérez que conoce el oficio, objetivamente, ha demostrado en primer lugar soportar estoicamente la lluvia ácida; ha sabido, con extremada prudencia, torear a los cornúpetas, con largas cambiadas y al final ha salido, con oreja y rabo, por la puerta grande. Sinceramente no sé si su partido se lo tendrá en cuenta porque no es muy común que el álter ego funcione, sin complejos, con bondad y generosidad.
En política, como en otras actividades sociales, hay que tener mucho cuidado con los adversarios, pero también con el colegaje, sobre todo si son malas personas. Porque no te perdonan tus triunfos. He leído una frase, desconozco el autor, que dice: «El envidioso no quiere lo que tú tienes, quiere solo que pierdas lo que tú tienes», aunque si recurrimos a los clásicos nos reconforta Heródoto, que dijo que siempre «es mejor ser envidiado que compadecido».