Como muchos conocen, suelo viajar a Madrid, todavía capital del reino de España, en verano. Comprendo que es paradójico que cuando la mitad de los madrileños huye del agobio de las altas temperaturas hacia el mar o la montaña, a mí se me ocurra elegir el epicentro de la nación para disfrutar, sin empujones, agobios y colas de medios de transporte, museos e incluso de restaurantes.
Es de obligado cumplimiento gozar en el Museo del Prado de El Bosco, la más grande e importante colección de obras del pintor flamenco jamás expuesta. Un enorme y afortunado esfuerzo alcanzado por el ministerio de Cultura, el patrocinio de la fundación BBVA –que necesaria y ejemplar es la colaboración de las entidades privadas– y la dirección del primer museo nacional para conmemorar el V centenario de la muerte de Hieronymus Bosch.
Quiero emocionarme, disfrutar y abrazar al paisano Rafael Amargo, que en el teatro de La Latina regresa a los escenarios con un espectáculo de original fusión de flamenco y danza urbana. Y no puedo pasar de largo sin darme una vueltecita por el Thyssen-Bornemisza para visitar las temporales de Caravaggio, que además reúne obras de sus más destacados seguidores del norte de Europa o la de Caillebotte, «pintor y jardinero». Y una vez allí, en la primera planta, contemplar a Monet y Frieseke, que se unen a una docena de obras medievales, bajo el título «Hortus conclusus», dentro de la colección permanente del interesante museo. No me olvidaré de visitar el Museo Arqueológico, que hasta octubre exhibe los grandes tesoros históricos de La Lusitania.
Como voy con amigos, amantes de la cultura, a los que no les falta el buen apetito y el sentido del humor, quieren que para desafiar las altas temperaturas de la época les invite a un cocido en el centenario Lhardy. «No podemos concebir Madrid sin Lhardy», afirmó el novelista Azorín. El clásico restaurante cerrará sus puertas, por vacaciones, el día 22 de este mes y volverá a abrirlas el día 1 de septiembre. Esta vez no me escapo porque he puesto como condición que el día 24 veamos ese gran acontecimiento mundial: el «Día sin bañador», que ha instituido la progresista alcaldesa Manuela Carmena, a petición de la Asociación para el Desarrollo del Naturismo. Según dicha organización, que se celebrará en algunas piscinas municipales, se trata de «un logro para todos los naturistas y para todos los madrileños amantes de la libertad y que apuestan por la normalización de la desnudez cuando la ropa no es necesaria».
Una vez más, doña Manuela se queda corta y da la sensación de que se está adaptando a las rancias formas convencionalistas que, últimamente, viene predicando su mesiánico jefe de filas y mareas, Pablo Iglesias. La alcaldesa de Madrid, ante la veraniega iniciativa de los naturistas, debería haber sido menos timorata y, por decreto, declarar el 24 de julio, «Día de la desnudez».
El «Día de la desnudez» se celebraría por toda la ciudad, sin circuitos cerrados y permitiría voluntariamente, claro, conocer, por ejemplo, lo que hay detrás del Cuerpo de la Policía Municipal, del Cuerpo de Bomberos, del Cuerpo de Caballería, del Cuerpo de Secretarios e Interventores, del cuerpo Único de Inspectores Municipales o del mismísimo Cuerpo de corporativos de la Casa de la Villa. Por supuesto, cualquier viandante, nudista, cansado de usar ropa agobiante en plena canícula, podría pasearse orgulloso, por la Gran-Vía o Chamberí, orgulloso de la normalización del desnudo.
Es que no están al loro. Que oportunidad perdida. Y luego quieren ganar elecciones.mcm