Aunque ya escasea el pelo en la mía testa sigo conservando por lealtad y amistad a mis peluqueros de cabecera, el maestro Pepe Barrales –a quien siempre agradeceré el primer afeitado de resucitado– y a mis vecinos –Peluqueros Gualda– Fede y Pepe que, a pesar de su juventud, van alcanzando, por su profesionalidad, el grado de maestría. Esta semana me he acordado de ellos al conocer lo que cobra, al mes, el peluquero del primer ministro francés, François Hollande, a quien, pese a disponer de un agraciado «manos tijeras» todo el santo día a su disposición, ya se le percibe un inminente derrumbe capilar. El barbero del Eliseo, que debe ser un figura sin precedentes, obsesión del jefe del estado francés, ha firmado un contrato por el que cobra, cada treinta días, 9.895 euros brutos. Y tan brutos.
Creo haberles contado, en alguna ocasión, que en mi juventud conocí a Prudencio, «Pruden» para los amigos, que además de ser peluquero se anexionó de tal forma al doctor Miguel Sánchez que menos acostarse en la misma cama no se separaba de él como buen escudero, ni un minuto, salvando las consultas y el tiempo familiar. «Pruden», siempre detrás de Don Miguel, arrastrando la pesada cartera del instrumental, era un barbero, un peluquero, un amigo, un compañero de vitivinícolas reuniones, un Sancho de obediente, servicial y noble espíritu que solo se hubiese contentado con percibir el salario mínimo interprofesional, de hoy, posiblemente renunciado, incluso, a la pensión de clases pasivas puesto que su plena dedicación era privada.
Pues bajo la protección del histórico lema de «Liberté, égalité, fraternité», Olivier B., que es el nombre del artista, se dedica, por contrato público, a esculpir y desbarbar la primera cabeza del vecino y querido país con unos emolumentos algo disparatados. Una excentricidad, inaudita del vigesimocuarto presidente de la República Francesa, copríncipe de Andorra y gran maestre de la Legión de Honor, más propia de una estrella del espectáculo que de un político socialista.
En un momento de crisis económica, con más de 600.000 desempleados, desde que llegó a la presidencia en el año 2012 –actualmente la tasa de desempleo es cercana a los tres millones quinientas mil personas– y la adopción de excepcionales medidas económicas y de recortes sociales, que están siendo contestadas duramente en la calle por sindicatos y ciudadanos parece escandaloso el capricho del moderno emperador.
No se explica que un jefe de Estado tenga un peluquero de guardia las 24 horas, por muy coqueto y presumido que sea. A no ser que, por la noche, mientras duerme, desee que le alisen el cabello para no despertarse despeinado. De ésta forma, «monsieur le president» amanece, cada mañana, con el pelo lacio y bien colocado, brillante y suave dispuesto y compuesto para enfrentarse a las cámaras de las televisiones y fotógrafos.
No sé si la presión social hará posible una revisión contractual del ya famoso «figaro» parisino, pero inexplicable sería que siguiera cobrando más que un ministro del gobierno galo.
Independientemente del lujoso servicio a domicilio de «Le barbier», no cabe duda que el jefe del estado francés es la cabeza mejor peinada de toda la Unión Europea.