En España los problemas políticos de cierta envergadura, como es el caso de los dos polos de atracción independentista generados históricamente, con mayor o menor virulencia según las circunstancias, no cabe duda que suelen distraer a la clase política de otros asuntos que no son de menor importancia para la sociedad y su bienestar. Me refiero al presente y al futuro de las pensiones, que afecta a trabajadores activos, a los que se acercan a la jubilación y a los que nos encontramos en la reserva. En base a lo que es sabido, o se presume, se están creando serias y fundadas inquietudes y temores. Sobre todo por los informes de expertos y analistas y, a tenor de lo que se infiere, es urgente que la Administración encare con urgencia el problema, en gran parte, motivado por los insuficientes ingresos a la Seguridad Social y a una población que va sufriendo de manera evidente su envejecimiento.
En el marco de la Unión Europea, en general, se vive la misma situación, salvando la particular opción de que en muchos países, desde hace tiempo, se viene incentivando la práctica de tener un plan de pensiones privado. Por lo tanto habrá que preguntarse si algún día dejaremos de cobrar nuestra merecida pensión por parte del Estado a quien hemos alimentado con nuestros impuestos durante nuestra vida laboral. Los más optimistas no lo ponen en duda pero advierten que las actuales pensiones no se podrán pagar en un futuro próximo, sencillamente, porque será imposible que los gobiernos puedan financiarlas. Aviso a navegantes.
Aquí, en el territorio patrio, deberíamos trillar para separar el grano de la paja que, castellanamente, significa que hay que saber distinguir lo accesorio de lo principal. Los políticos se afanan en alargar los días en discusiones bizantinas pero son incapaces, por dudosas razones, de llegar a un acuerdo justo para resolver, dentro de las dificultades que entraña un pacto de estado en este asunto, el presente y el futuro de las pensiones. La imagen que, por el momento, transmiten las ‘mesas’ de trabajo a la sociedad es que están o en estado de éxtasis o en su partidista inopia. Pero sea cual sea la razón es una irresponsabilidad ralentizar un acuerdo de enorme trascendencia.
Así las cosas no se sabe, en vísperas de Difuntos, qué es más rentable, si malvivir o morirse. Aunque no le aconsejo a nadie que se muera por propia voluntad. Hay que morirse, sin precipitaciones. Es que morirse cuesta un pastón. Los entierros tenían que ser como los nacimientos. Iglesia, pila bautismal, padrinos, velas, agua bendita, llanto, óbolo a la parroquia y primeros pasos. Después de la peripecia existencial, igual; misa, gorigoris, iglesia, velas, llanto, óbolo y tierra para descansar.
Los velatorios han tenido, en la mayoría de las ocasiones, sus incidentes, sus anécdotas, sus hechos diferenciales, que dicen los dispares independentistas porque, antiguamente, se llevaban a cabo en los domicilios. No se habían inventando los tanatorios, y en las casas, aparte de no hacerle ni caso al muerto se hablaba, a voces, se contaban chascarrilos y se fumaba, con ansiedad, abundante material de Tabacalera Española. Hace unos días ha fallecido mi amigo Goyo, excepcional persona como toda su casta y artista de la fotografía que nos inmortalizó con su cámara en más de una ocasión. La humorada del difunto Goyo fue disponer que en su velatorio se sirviera una copa de tinto Pesquera a los amigos y familiares