En el exterior, transpirenaicamente, hemos visto esta semana como un patriótico avasallador portando entre sus manos la bandera de España, se acercaba ‘espontáneamente’ hacia el autoproclamado ‘presidente de la República de Cataluña en el exilio’, Carlos Puigdemot, en el aeropuerto de Copenhague. El prófugo acababa de hacer una vez más el ridículo después de postularse para participar en una entrevistacoloquio en el Centro de Política Europea de la Universidad danesa. La directora del Centro, Marlene Wind, no solo le abrió los micrófonos de la sala para que expresase libremente sus ideas sino que con enérgicos argumentos se las rebatió severamente cuando aseguró, entre otras negativas observaciones, que el discurso político de Puigdemont «no se veía desde la II Guerra Mundial en Alemania».Así es que el pobre errabundo se marchó al aeropuerto a la espera del vuelo de regreso hacia Bruselas base blindada de sus actuales despropósitos. Mientras saboreaba un rico moca, con ese grupo de devotos que suele acompañarle en sus veleidades, el aguerrido abanderado, guiado por su amor a nuestro símbolo, le acercó al huido la roja y gualda a la boca mientras que le pedía, por dos veces, que besara la enseña, cuestión a la que, amablemente, no se negó el ‘presidente de la República de Cataluña en el exilio’. Es cierto que el primer beso fue de compromiso, tímido, sin mucha gana, pero el segundo, dado el insistente tono del joven provocador, fue fervoroso, tí- pico de recluta en una jura de bandera. El ‘banderín de enganche’ perdió la oportunidad de pedirle al ciudadano Carlos que renunciara al diablo y a todas sus obras, a la vana pompa y gloria del mundo independentista a cambio de suavizar sus cuentas pendientes con la justicia española que, por ahora, incluye a la catalana. Pero da la impresión que seguirá el camino de ‘Pepillo el persistente’, con nublada vista y oídos sordos, y si en un próximo futuro no hace contrito un ejercicio de apostasía secesionista, tarde o temprano irá a dar con sus huesos en el trullo.
Por supuesto, este escenario que muchos españoles desean que se produzca cuanto antes cansados de tanto juego circense y tanta burla al Estado, se produciría caso de que se le antojase entrar en territorio español –en ese territorio hay que incluir a Cataluña– aunque sea disfrazado de cabra de la Legión.
Cerramos la semana con el frotar de manos de los independientes de la ‘estrellada’, tras el informe emitido por el Consejo de Estado, contrario a las tesis del Consejo de Ministros y el supino enfado de Alberto Rivera con Rajoy, que ha cambiado de pareja y no quiere mucha confianza con el joven emergente después del éxito de Ciudadanos en las urnas.
‘Ítem más’, anoche el Tribunal Constitucional dejó pendiente el recurso del Gobierno y el evadido Carlos, inspirado, prepara su discurso de investidura por si acaso. La abuela está en el paritorio. Hemos entrado en la confusa polémica jurídica y de intereses partidistas, que nos tiene entretenidos demasiado tiempo, mientras aumenta el maligno tumor político de los emancipados. Bastantes anacronismos venimos soportando, históricamente, con el engañoso asunto catalán. Y es que España es diferente, como dijo aquel.