Estaba yo haciendo el circuito a ninguna parte de cada día cuando se me ocurrió pasear, recrearme y solazarme, por el casco histórico de la ciudad. Me apetecía ir a la plaza de las Pasiegas para observar cómo se levanta la estructura de la ya tradicional tribuna, desde donde los devotos semanasanteros no quieren perderse ningún año la magnificencia de la imaginería que procesiona y se adentra solemnemente por la principal puerta catedralicia. Por cierto que en los muros de la Catedral y Sagrario han dejado su huella los desalmados grafiteros que forman parte de esa indeseable tribu vandálica de los bárbaros del spray pinturero que atacan monumentos, fachadas y mobiliario con el regocijo de la impunidad.
Desde las Pasiegas me dirigí a la Romanilla, junto al vacío Centro Federico García Lorca. Entablé conversación con grupos de curiosos.
–«¿Qué hacen por aquí?»
–«Pues estamos esperando el legado del poeta que nos han dicho que está al caer».
–«¿Llevan muchas horas haciendo cola?»
–«Años, pero que nos aseguran que está al caer».
Granada se ilusiona fácilmente. Eso es tener fe, esperanza y caridad con todas las administraciones responsables que están situadas en el descrédito del engañoso cuenta cuentos. Que el legado de Lorca está al caer es posible. Pero en saco roto. ¡Qué vergüenza! Las pintadas no cesan, miro hacia atrás sin ira y observo garrafales siglas en el Palacio de Niñas Nobles, restaurado hace pocos años para ofrecer al turismo la mejor imagen de Granada y su provincia. Más cámaras. Llenemos de cámaras la ciudad al estilo Hollywood.
Apesadumbrado bajé por Capuchinas, entre tiendas de trajes de faralaes y la única sombrerería que existe en la ciudad hasta la plaza en honor de la Trinidad, que es una de las plazas más cristianas de las que disfrutamos en Granada, aunque en los últimos años se convirtió en vertedero descendentemente insalvable de riesgo excremental, incluso para agnósticos y ateos, debido a la ocupación arbórea de los estorninos. Los estorninos podrían haber escogido otro lugar pero prefirieron refugiarse en los viejos plátanos que dan sombra en verano a esa plaza, recoleta, con fuentecilla y jardincillos. Pero la cagada corrosiva y pestilente de estas aves, unida al insoportable piar coral, hizo insufrible el lugar para el vecindario e intransitable como zona peatonal.
Después de años de ocupación de la zona los cientos de estorninos echaron a volar, voluntariamente –para descanso y sosiego de la vecindad– sin necesidad de repelentes artificiales. Durante mucho tiempo se utilizaron sin éxito, entre ellos los famosos latigazos persuasivos a pie de calle y las serpientes de goma del imperio chino que se colocaron estratégicamente entre las ramas de los árboles. Nada ahuyentó a los trashumantes y coñazos pajaritos. Tal vez las avecillas han emigrado a un lugar climatológicamente más adecuado, pero surge la duda y es inevitable preguntarse: ¿Volverán los oscuros estorninos en su arbolito sus nidos a colgar?
La curiosidad me llevó a la plaza de los Lobos y eché de menos la antigua Comisaría de Policía. La plaza se ha convertido, desde hace tiempo, en zona franca de drogadictos. Circulé respirando el ambiente emporrado. Y perdí la conciencia de nuestra realidad cotidiana paseando a traspiés camino a ninguna parte…