Estuve prudentito el pasado domingo y me dediqué a hablar de las habas y los espárragos de temporada como si no hubiera que emplear el pero y la tijera, después de lo que dio de sí el Día de la Cruz, que como dicen los más moderados estuvo en la linde del botellón institucionalizado. De vez en cuando hay que echar la vista atrás y recordar cómo fue degenerando esta tradición popular hasta que, ante la demanda social mayoritaria y la responsabilidad de las autoridades municipales, se recondujo a sus artísticos y respetables orígenes revitalizados, en su día, a la máxima dignidad por el querido y recordado rector Antonio Gallego. Quitar las ‘barras’ de las cruces no fue un castigo caprichoso, fue una necesidad higiénico-sanitaria de obligado cumplimiento urbano. Es peligroso andar con innovaciones y regresos al pasado, sobre todo a un pasado que no fue asumido por la ciudadanía por una incontrolable situación que molesta, extorsiona e incómoda, además de ser perniciosa para los jóvenes.
Este año, –a las denuncias me remito– en varios barrios singulares, de nuevo, sus calles se han visto regadas de pestilente orina y alfombradas de cristales rotos y botellas vacías. Los efluvios etílicos desaforados han irrumpido en una fiesta eminentemente costumbrista familiar alejada, por completo, del alcohólico rito de rendir un homenaje enajenado al dios Baco. Por eso hay que tener cuidado con los experimentos de renovación modernista y mantener con inteligencia todo aquello que beneficie al bien común. Y si no se quiere perpetuar una tradición pues que se elimine, con todas las consecuencias, pero ni es lógico ni responsable ni coherente frivolizar una festividad para que se apropien de ella las turbas inciviles.
Es intolerable aprovechar el resquicio que propicia una festividad para que se organicen los pro botellones y actúen, vandálicamente, alterando la normal convivencia como así ocurrió en algunas zonas de la ciudad. Después del cierre del recinto del botellón es sabido qué, por distintos lugares, los fines de semana se reproduce el fenómeno con sordina aunque algún iluso piense que ha desaparecido.
En fin que el que desee disfrutar de una refrescante cerveza, un buen tinto o un finito lo puede hacer, alegre y respetuosamente, en los cientos de bares y restaurantes que se ubican por el circuito crucero. Son establecimientos que pagan sus impuestos, mantienen a sus empleados, pasan todos los controles que les exigen las administraciones y disponen de urinarios para mujeres y hombres, con lo cual no hay que airear la minga o enseñar el toto para miccionar y dejar perfumada la vía pública de fétidos aromas amoniacales, hasta la llegada de los sufridos trabajadores de la limpieza. Reflexión y ojo al parche, porque me malicio que habrá quienes traten de que los munícipes, con las últimas encuestas del CIS, se pongan facilones y experimenten, para agradar, la reinstauración de la feria del centro, con barras, en el Corpus.