Sin pretender crear alarma social, no es menos cierto que la contaminación de nuestros mares está influyendo preocupantemente en la fauna y flora marítima. Asistimos a la agónica situación de muchos animales: delfines, tiburones, ballenas, tortugas y otras especies por ingerir plástico y variados detritus que se arrojan al mar de manera insensata por todos. Que cada cual asuma su responsabilidad. De la misma manera, por desgracia, llevamos padeciendo desde hace años el parásito del anisakis que afecta a los peces y mamíferos marinos, pero que pueden causar lesiones en el tubo digestivo de los humanos. Y el problema lo detecta y resume la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición, que calcula que uno de cada tres pescados en nuestro país está infectado por esta larva. Curiosamente no todo el mundo es sensible al anisakis pero, por si acaso, hay que evitar ingerir boquerones en vinagre o pescado crudo si antes no ha pasado por un proceso de congelación de menos 20 grados durante cinco días. Estos parásitos están presentes en las vísceras de los peces. Cuando los pescadores arrojan al mar los deshechos son consumidos por otros peces y no se cierra el ciclo, según la opinión de los biólogos.
Me llama la atención leer que más del 40 por ciento de las sardinas, crustáceos, gambas, centollos, calamares y pulpo contienen anisákidos. ¡Oh, mísero de mí! Como buen Piscis me entusiasma todo el pescado y por prescripción facultativa me advirtieron que era ‘sensible’ al anisakis de tal forma que o me hago vegano o me enfrento con valentía al terrible proceso de degustar unas gambas o un sabroso y escaso pulpo ateniéndome a las consecuencias por el tubo de escape. He contado alguna vez que en mi juventud se comía el pescado crudo en las propias pescaderías y era costumbre, casi a diario, marinar los boquerones en vinagre en unas horas. Manjar del que presumían varios bares granadinos especializados. Hoy es difícil encontrar unos boquerones al ‘punto’ de paladar porque es otra historia el que tengan que pasar unos días previos de congelación.
Tan amante a los espetos de sardinas esperaba con deleite este tiempo veraniego para disfrutar, junto a la orilla del mar, el momento de saborear el pescado asado al rescoldo de la leña que arde con la destreza del espetero. Especialmente la sardina del mar del Alborán posee una textura y un sabor inigualables. Pero no siempre nos llegan tan cercanas. Las sardinas, cuyo consumo se eleva, fundamentalmente en julio y agosto, nos llegan de Portugal o de la Bahía de Cádiz, entre otros destinos que merman la calidad y su sabor.
En algunas zonas costeras de EE UU, los biólogos han encontrado en mejillones restos de opiáceos y otros productos químicos como antibióticos, antidepresivos y antidiabéticos. Como es costumbre muchos veraneantes disfrutan del sol y el baño en nuestras playas y tratan de saciar la sed con una cerveza bien fresca y unos espetos, aperitivo típico ritual de temporada.
Yo lo que temo, al margen del anisakis que puede afectar a algunas personas, es que las sardinas procedentes de la Bahía de Cádiz estén contaminadas con los fardos de droga que vienen arrojando al mar con frecuencia los narcos de la zona cuando son detectados por la Guardia Civil, con lo que no solo nos pondremos ‘graciosos’ con la cervecita sino que nos ‘colocaremos’ con alguna contaminada.