Es probable que el título no sea unívoco para los mal pensantes que aspiran a que El Semanero se dedique hoy a instigar repasando los hechos anticonstitucionales que se vienen produciendo en Cataluña, cada vez con mayor descaro desafiante, por parte de los independentistas y de otras fuerzas que ‘aprietan’ –por mandato de Torra– desde la extremada izquierda. Y no lo hago porque el complejo problema ya ha sido analizado, suficientemente.
El gobierno se pronunció meridianamente claro; o diálogo o aplicación del artículo 155. Felipe González opina que el diálogo con los secesionistas es infructuoso y Pablo Casado presiona para que el Estado ilegalice a los partidos independentistas. Cabe una tercera vía, reclamada por Albert Rivera, que sería el adelanto electoral, que no resolvería el conflicto catalán pero que podría remediar, con un gobierno fuerte y la aplicación de la ley sin contemplaciones, algunas situaciones indeseables e intolerables. Y ahora, hablemos de huevos.
En Órgiva ‘los hueveros’, popular gentilicio de los orgiveños, han comenzado la estación otoñal con un peculiar concurso, de carácter internacional, de comedores de huevos fritos. Aunque no faltan gallinas ni huevos, en nuestra Alpujarra hay que echarle huevos a la sartén, con ritmo y destreza, para que los concursantes puedan alcanzar el récord de engullir en menos tiempo el mayor número de ovoides gallináceos. Es novedoso, al parecer, el concurso que ha ganado en la modalidad masculina –no me explico lo de las modalidades sexistas– en esta edición Antonio José Alcalde que ingirió, a piñón fijo, 24 huevos en cinco minutos. El año pasado el campeón fue Antonio Reche, vecino de Peligros que se comió 18. Hay que tener ganas de atragantarse de huevos a esa velocidad de vértigo sin degustarlos porque esas exageradas cantidades en escasos minutos, difícilmente hacen posible apreciar el placer gastronómico arcaico del sencillo alimento que suele ser una delicia en todas sus variedades. ¿Son peligrosos este tipo de concursos? Pues…
Mi digestólogo, amigo, se echa las manos al estómago y asegura que «hacer la digestión de tal cantidad de alimento (da igual que sean huevos o hamburguesas) es verdaderamente complicado y lo más probable, aunque no se cuente, es que de forma espontánea o provocada se produzcan vómitos hasta expulsar ese disparate de comida. Por otra parte –agrega– igualmente se pueden producir desgarros del esófago y hemorragia». Así que hay que pensárselo dos veces antes de concursar porque puede suceder aquello de que «por un gustazo un trancazo». Habrá que ir con tiento en nuevas ediciones para que el juego no acabe en tragedia.
Se me ocurre que la organización del certamen instituyera el Huevo de Oro, en memoria de la gallina que los ponía de tan preciado metal, para el campeón y para los subcampeones los huevos en plata y bronce. La idea le daría prestigio y un elemento identitario apropiado. No faltará alguna granja, prestigiosa, como patrocinadora que se preste para ayudar a tan singular y divertido encuentro internacional competitivo, ni artista por esa bella comarca que diseñe, altruistamente, un huevo para los ‘hueveros’.
Y termino, queridos lugareños orgiveños, con mi felicitación, recordando el soneto al huevo frito del uruguayo Julio Novoa. «Su túrgida hermosura al sol desvela/Y anima por las claras redondeces /Que al olfato constante ofician preces/De crepitante sal por sus estelas/ Cerrada a cal y canto y prisionera/En inocente albúmina acuñado/Trae la yema su lípido asombrado/De la quietud que roza sus laderas…»