El aspirante, al parecer, de Podemos a la presidencia de la comunidad madrileña, Iñigo Errejón, para abrir boca y conmover hasta el paroxismo a sus votantes ha tenido la brillante idea de cambiar el himno de la región, si llega a mandar lo suficiente, por la canción de Joaquín Sabina ‘Pongamos que hablo de Madrid’.
El pequeño podemita argumenta que el actual himno, del que son autores Sorozábal Serrano y García Calvo, «no se lo sabe nadie», al contrario de la canción de Sabina «que la canta todo el mundo». No seré yo quien desmerezca la obra de Joaquín Sabina de la que me siento admirador, pero eso de empezar con promesas políticas de un futuro incierto, es una temeridad un tanto extravagante y fuera de lugar cuando la Comunidad estará necesitada, probablemente, de otros proyectos más urgentes socialmente hablando.
Independientemente el himno de la región madrileña, que como toda obra es discutible, tiene fuerza, es melódico, solemne y contiene en su armonía el acento castellano. Lo de las letras es otro cantar. El ciudadano suele quedarse más con la emotividad musical que con la letra. José María Pemán creó una letra, para la Marcha Real, que se cantó poco más allá de las escuelas y de algunos círculos y la mayoría de la población optó por tararearla que es lo que ahora se hace, sobre todo en los estadios de fútbol.
Dispuestos a un cambio de himno, si yo estuviera en el pellejo del pequeño podemita –cuestión difícilmente clonable– propondría en referéndum también el chotis ‘Madrid’, del maestro Agustín Lara, que seguro que la gran mayoría de madrileños lo acogerían, con algunos arreglos, como un piropo ‘retrechero’ más castizo que la calle de Alcalá. Pero, en fin, que la nueva política tiene sus variables y es lógico que las nuevas formaciones y sus dirigentes expriman el ingenio para motivar a sus leales devotos y a sus incautos seguidores.
En Granada se optó, como himno oficial de la ciudad, como mal menor, por la mundialmente famosa composición del mejicano Lara. Tan poco es un himno que se cante espontáneamente por el pueblo. Si Granada es Ciudad de la Literatura también lo es de la Música ‘honoris causa’ y había sobradas partituras para elegir y enorme cantera de músicos para encargarles una composición ‘ad hoc’. Menos mal que las circunstancias y el buen gusto primaron entonces y no eligieron ‘La Reja’, excelente exponente del folclore popular pero antagónicamente adecuado como ‘La fuente del Avellano’ o ‘Así es mi Granada’ para un himno. En Aragón podían haber elegido como himno oficial la ‘Jota de la Dolores’, o ‘Los Sitios de Zaragoza’. Y en la hermana Málaga, ‘La Malagueña’, de Ernesto Lecuona, pero carece de himno oficial mientras que, paradójicamente, sí lo tiene la Policía Municipal, que lo estrenó el pasado año. En fin, seguiría enumerando ciudades y composiciones musicales que se identifican, con mayor o menor acierto, para ser himno. Pero hablemos de…
Lo del pequeño Errejón es una suerte de guiño para la juventud que aspira a escuchar algo nuevo, pero sin demagogia que por lo visto y oído ya nos conocemos todos y la vida sigue igual. Estos jóvenes políticos de extremada izquierda han aparcado la revolución, para otro momento y se han instalado en la ‘casta’ como lapas, abandonando sus postulados novedosos de manera increíblemente descarada. Se están haciendo mayores en la abundancia de la chequera del Estado, cobijados en amplios chalés y burgueses pisos. Eso no es óbice para que, de vez en cuando, tiren de Sabina para distraer al personal por si suena el karaoke.