Y paz en la tierra a los hombres…

Aunque no explícitamente, implícitamente, la frase litúrgica incluye al género femenino; no es porque yo quiera justificar el titular, que la sensibilidad feminista está a flor de piel, sino porque la RAE así lo interpreta. Y termina: «de Buena Voluntad». Recordando a Séneca (‘bona voluntas’) es lo que debe tener todo ser humano. Tenerla y ofrecerla a los demás esté sano o enfermo, sea analfabeto o ilustrado, pobre o rico, esclavo o libre.

 

Pero Séneca la buena voluntad no la circunscribía a una época o a un momento de nuestras vidas, sino a una actitud permanente, cuestión difícil de mantener a no ser de que se trate de un ser excepcional que haberlos haylos. Sí, hay personas cercanas o incluso en la lejanía que están rebosantes de buena voluntad y nos hacen bien porque nos la transmiten, a veces, sin darnos cuenta. La buena voluntad, como dijo el filósofo, no es exclusivo patrimonio de afortunados individuos es de todos los que se proponen aplicar la voluntad de ser buenos.

 

En la tormentosa atmósfera de la política, donde nada es verdad ni es mentira, en el escenario del Congreso de los Diputados ha ocurrido un hecho singular, durante la actual legislatura, en los prolegómenos de esta memorable festividad que pone de manifiesto que las apariencias engañan y que nunca debemos hacer juicios de valor a primera vista porque es muy previsible que nos llevemos una sorpresa. Y sorprendente ha sido la intervención en la Cámara de un miembro de Podemos a quien, sin ningún prejuicio, ni sectarismo, ni complejo ha llamado a un colega, diputado del Partido Popular: «buena persona».

 

Para algunos pasajeros de la frivolidad política puede quedar en una anécdota pero, para los que miramos por el periscopio de lo que antecede la actitud del podemita tiene gran valor por inusual. No es lo mismo que un diputado ineducado se permita escupir a un ministro, en la Cámara Baja, que elogiar en la tribuna de oradores, desde la antagonía política, a un adversario.

 

Estas fechas navideñas para la gran mayoría son, en gran medida, como un reloj que nos alarma y nos sensibiliza. Nos esforzamos en ser mejores y superarnos. Y el caso es que con frecuencia funciona y por unos días se produce esa transformación, esa metamorfosis, que nos hace empatizar hasta con los personajes más adustos.

 

En este solsticio de invierno llenamos cestas de alimentos para los más necesitados abrimos el armario y regalamos ropa de abrigo para los que pasan frío a la intemperie, tendemos puentes de felicidad con personas queridas y también con las que desconocemos y deambulan por la calle sin destino.

 

Sería hermoso que pudiéramos disfrutar de una eterna Navidad y comportarnos en la tierra como seres humanos de ‘bona voluntas’. Nos iría a todos mejor.