Chiflar

Mientras chifla Curt Savoy notas de Morricone por estas tierras milenarias–yo pensaba que Savoy se había quedado sin fuelle para soplar– chiflamos el horror de un sastre granadino de ficción que aparte de tomar medidas hacía corte y confección con hermosas damas a las que ingería más tarde como, buen caníbal, por partes. Se ha librado Martín Cuenca, en ésta su ‘première’ del silbidito del Instituto de la Mujer por chiripa. Pero al parecer las historias del celuloide están al margen de la cotidiana realidad. Como decía Aute, «que todo en la vida es cine y los cines sueños son».

Hemos chiflado al desahogado y valiente impacto de las palabras de Francisco, que ha puesto a trabajar a su gabinete de expertos en limpieza de bajos y restaurar los frescos vaticanistas que decoran leproserías de intereses mundanos. He silbado de pena la muerte de ése ángel de trece añitos, superdotado, en Santiago de Compostela. Asunta al cielo. Como he chiflado de asco a Otegui, «ése hombre de paz», –que dijo el recordado Zapatero–, que mata moscas con el rabo y se adhiere, con fervor, a la secesión propuesta por la más rancia burguesía catalana y el republicanismo izquierdoso mientras unos y otros rebañan el panal de rica miel y tratan de engañar al pueblo con independencias suicidas. He chiflado satisfecho al ver al Rey Juan Carlos superando, con mejor aspecto, la primera etapa de esa carrera de fondo, y he leído –supongo que él también– el simpático «discurso» navideño que circula por las redes. Parece que en tiempos de crisis se aguza el ingenio. He chiflado, con orgullo patrio, mientras Rajoy, cumplimentaba al emperador de Japón Akihito y más tarde pronunciaba perfectamente la frase: «Duomo arigato gozaimashita» que quiere decir, ni más ni menos: «Muchísimas gracias». No sé si la gratitud servirá para fortalecer las relaciones con el país del sol naciente pero por, esta vez, nos ha evitado hacer el ridículo con «café con leche».

Le han dado una pitada política a Berlusconi –al suelo que vienen los nuestros–, y lo han dejado desolado en la Cámara italiana, fuera de juego. La soberbia acaba de hacerlo inmortal: «No voy a morir, incluso aunque me maten». Il Cavaliere se inmortaliza en un acto de amor a la pasta. Menos mal que le queda el consuelo de la perra de su novia a la que adora. He silbado «malagueña salerosa» por ese quiebro de la tímida parlamentaria, Celia Villalobos, que ha reconocido que Málaga debe pensar en las provincias hermanas, como Granada, que espera años concluir unas mínimas infraestructuras. He silbado un villancico, «pastores venid, pastores llegad», porque Cospedal ha insistido, en Jaén, que el futuro candidato o candidata –que también el mimetismo se chifla– por el PP a la presidencia de la Junta de Andalucía vendrá, como el turrón, por Navidad. En la Casa Blanca todo se ve negro y se silban salmos y conjuros ante otro posible tsunami económico. Todo tiene su poquito de chufla. Admiro a Curt Savoy, chiflando, viviendo del silbido, chiflándole a la vida. ¡Cuánto me gustaría envejecer chiflando!