Al que no le guste el jamón que levante la mano. Conozco a poca gente que desprecie este manjar que en nuestra tierra alcanza unos niveles de calidad excepcionales. Blanco, serrano, o pata negra, ibérico, con buena y equilibrada curación, es un placer para el paladar y, como dice un amigo mío, tiene propiedades curativas. Lo que si es cierto es que no conozco a nadie que haya palmado por comer jamón.
En estos días el presunto, -llamado así en el país luso- ha sido la comidilla malévola y burlona tras las acusaciones del jefe de comunicación de Diego Valderas, Juan Félix Camacho, que ha acusado al actual vicepresidente de la Junta de Andalucía, de recibir jamones a cambio de colocar a sus amiguetes. Aunque a las veinticuatro horas hubo retracto, por parte del comunicador y correligionario, el caso de los presuntos jamones ha hecho correr chorreras por las redacciones y afilar las lenguas de doble filo en los cenáculos políticos contra el de Bollullos par del Condado, hoy a la diestra de la ungida Susana.
Como no teníamos bastante con los langostinos de Sanlúcar, a modo de raciones en el chiriguito, para distinguidos clientes de la UGT con cargo a la Junta de Andalucía, ahora han surgido los jamones, presuntos, que a juzgar por lo manifestado en primera instancia por el compañero Camacho recibió, en acción de gracias, el veterano dirigente comunista. Independientemente de los perniles, que el único rastro que dejan son los huesos y éstos condimentan los cocidos, lo que tiene mérito es tener a un jefe de comunicación de la lealtad y discreción del camarada Juan Félix, a quien no le auguro larga vida política.
Regalar jamones en Andalucía es como regalar tulipanes en Holanda o Vodka en Rusia. En las zonas rurales el cochino es animal de compañía, la matanza el gran ritual del marrano y los embutidos y patas que cuelgan en los secaderos manjares del puerco que alimentan la vista y el cuerpo. Mi amigo, Tico Medina, es un amante del jamón. La última vez que degustamos un presunto ibérico le gustó tanto que se colocó una loncha en el bolsillo superior de la chaqueta a modo de pañuelo. Luego lo lució como agasajo postinero. Y es que hay que hacerle alegrías y fiestas al jamón. Donde se ponga un buen jamón que se quite un bolso de Loewe, como el que le regalaron a Rita Barberá. El bolso o la vida. El jamón y la vida. El que esté libre de jamones que tire la primera pata.
No estaba en mis cálculos que Valderas, hasta ahora sin mancha ni pecado, saliera de San Telmo con un lamparón de presunto, según la garganta profunda de su colaborador. Yo lo recordaba por aquella larga tarde de risas irreprimibles, cuando presidía el parlamento andaluz y sin fuerzas pronunció la frase: «Señorías, suspendemos la «ceción», por cinco minutos».