Estaba yo, anoche, con la última torrija, de la tercera fuente, en la que no había aún cristalizado el almíbar, -las torrijas las hago yo con estas manos que escriben- cuando en la placentera degustación semanasantera me acordé de Arias Cañete tan amante de los yogures caducados. Y la reflexión fue oportuna: ¿Cuándo caduca una torrija? Tengo yo que preguntarle al jerezano político, antes de que se marche para Bruselas a perder kilos, qué caducidad tiene este postre casero Pascual tan sencillo y exquisito.
El ritmo de vida, los horarios, la alimentación, incluso la monotonía y la meteorología inciden, fundamentalmente, en el organismo especialmente si procedes de un país donde la gastronomía y el clima son tan diferentes como es el caso de España. No se si va a perder kilos, don Miguel -porque también las salchichas circulan con frecuencia en la carta de los restaurantes-, a mejorar la agroalimentación de las naciones unidas de Europa o, simplemente, a cambiar de escenario político vital.
Lo que es evidente es que no se puede dejar de fumar y llevar una vida sedentaria. A mí sí me vendría bien cambiar de hábitos y echarme un baile en la oficina, -como se ha puesto de moda en EE UU-, para soltar grasa. Lo hace el mismísimo presidente Obama que desde el despacho Oval coge carrerilla y se da una vuelta por los pasillos de la Casa Blanca, en compañía del vicepresidente Joe Biden que luce su plena forma a los 71 años. A Clinton le dio por el ejercicio estático y parece que también le funcionó.
Tengo varios trajes y pantalones que no me los puedo poner porque he cogido unas hechuras propias de un «picaor» de la cuadrilla del Juli. Y, lo que es la vida, he comprobado que el número de prendas casi coinciden con las que Correa y «El Bigotes», obsequiaron a un tal Rafael Betoret, exjefe de gabinete de la Consejería de Turismo de Valencia implicado en la trama Gürtel. Betoret se vio obligado a devolver los trajes por decisión del magistrado del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana y ahora, el alto tribunal, ha decidido depositarlos en contenedores municipales con destino a entidades benéficas. El condenado Betoret ha quedado desnudo ante la justicia.
Y ahí estoy dándole vueltas a la cabeza sin saber qué hago con la ropa imponible pagada con el sudor de mi frente. No se si abrirme un hueco en Bruselas, si correr pasillos, dejar de comer torrijas, ampliar el fondo de armario a la espera de adelgazar, venderla en el mercadillo de los sábados a precios outlet o regalar trajes y pantalones a una oenegé que no los revenda.