Tenemos un Rey, que cojea, pero que se apoya en el bastón de la dignidad del primer español que abre caminos comerciales, allá donde se presume que puede haber negocio seguro y de nivel para insuflar oxígeno a nuestras empresas tan necesitadas de producir en tiempos de sequía industrial.
Sería injusto obviar las hojas de ruta que marca el gobierno con acertados destinos, pero también sería injusto no reconocer el alto nivel de reputación de don Juan Carlos en todo el mundo donde goza de considerable prestigio como mandatario que supo armonizar, de manera inteligente y plural, a una sociedad que se acostó con la dictadura y se levantó con la democracia de manera ejemplar.
Acaba de regresar, Su Majestad, del segundo viaje al Golfo Pérsico, a decir de lo dicho, con el deber cumplido. Pero no faltan en estos viajes protocolarios, políticos y humanos anécdotas que suelen trascender y permanecen en los relatos de la memoria viajera de quienes tuvieron la oportunidad de vivirlos en primera persona.
Me han producido especial gracejo las palabras del monarca de Bahrein, Hamed bin Issa Al Jalifa, cuando observó a la ministra española, Ana Pastor, que formaba parte del séquito español y que iba luciendo una Abaya negra que suele utilizar para cubrir su cuerpo presente, acorde con las costumbres del territorio, para estas ocasiones.
Su excelencia Hamed bin Issa Al Jalifa quedó prendado al verla, en tan lucida pose, y de manera insinuantemente espontánea le comentó a la ministra: «Qué bonito vestido lleva y qué bien le sienta». En ese momento me figuro a la fomentada criatura cantando para sus adentros aquello de que: «Aunque parezca mentira me pongo colorada, cuando me miras, me pongo colorada».
Suelen ser desahogados los árabes, ricos, en sus comentarios y reflexiones en voz alta porque tienen esa patente de todo poderosos que le dan los dólares. Pero no es menos cierto que Ana Pastor, en estos viajes por muy contractualmente rentables que sean, debería conservar, con naturalidad, el estilo occidental en su vestuario. Tal vez así llegaría a impresionar más de la cuenta sin necesidad de ofrecer la apariencia de cierta pleitesía y rendibú.
No me imagino yo a una embajadora de Bahrein, en España, por aquello de agradar, vestida con traje de faralaes, peineta, zarcillos, zapatos de lunares con tacón y castañuelas presentando las cartas credenciales a S.M. en el Palacio de Oriente.
Es que me temo que, Ana Pastor, que ha empezado por la Abaya, por estar a la altura de las circunstancias, acabe un día de estos, por mor de estimular el comercio exterior, recubriéndose con un Burka.