Ha sido una semanita etílica que comenzó con la resaca del insensato juez Enrique López, que a lomos de su motocicleta circulaba por el ebrio Madrid que amanecía y la policía le dio el alto por no llevar casco sin despeinarse. Iba bebiendo los vientos cuando los agentes, atónitos, observaron que el magistrado se explicaba en arameo. Antes de llamar a un traductor, los servidores del orden público, le hicieron, por si acaso, nada más que siete pruebas y héteme aquí que el togado cuadruplicaba la tasa de alcoholemia. A partir de ahora, Enrique López, que ha arruinado su carrera por «soplar» puede soplar, dentro de la legalidad vigente, lo que quiera desde un globo a un matasuegras e incluso sumergirse en una barrica del Marqués de Cubas y morir alcoholizado en su propio manantial.
En esa borrachera de las urnas europeas avanza la radical izquierda que ha estado a punto de prender fuego a media Barcelona en tanto el alcalde Javier Trías, como un «caganet» púdico, pasea el mojón por las Ramblas de la injustificada tolerancia a los intolerantes. La vandálica casta practica con facilidad la piromanía ciudadana arrasando la calle de los gamonales de España, porque ha mordido a la débil presa del estado de derecho que le importa un bledo y no la suelta porque juegan con absoluta impunidad y demasiados «caganets».
La semana se fue calentando y se las prometía tras el anuncio de la inesperada comparecencia del primer ministro en Moncloa donde anunció a la americana, con fondo verde de arboleda de primavera, que el rey Don Juan Carlos abdicaba. Era sorprendente, no por esperada la noticia, pero en la corte y villanía la casta periodística pensó que era Rajoy quien iba a dimitir. Y otra vez se alzaron las copas de izquierda a derecha y comenzaron a funcionar los «guasas» y los «gintonics» con aromas confusos. Por don Juan Carlos, por don Felipe, por la República y por la calle. Y una vez más borrachos, en horas -tal vez minutos-, las plazas se llenaron de reivindicaciones y urnas de utopía por la III que suena a sevillana, en ésta tierra, para bailar con traje de faralaes de percal y volantes tricolores.
Pese a ser proclamado el rey Felipe, como VI, el día del Corpus Christi, no habrá misa de coronación. Desde la Casa se quiere visualizar un gesto laico al solemne acto de entronización que a los conservadores no les gustará pero que tampoco aplacará la euforia de la izquierda extrema que se considera, -craso error-, heredera de un sistema político democráticamente plural.
La gran borrachera continúa. Confieso que sigo resacón de tanto brindis. Pero, créanme que me tiene confuso esa manía de ir a la plaza del Carmen a pedirle a Pepe Torres la III República.