Antes de que el consumista mercado electrónico nos devorase yo me hacía las auto-fotos, solo o en compañía, valiéndome de aquellas cabinas callejeras que al minuto, tras cerrar una cortinilla, sentarme frente a un cristal y depositar unas monedas, aparecían del mágico aparato una tira de fotos en sepia que recogían el momento de la pose. Aquella revelación instantánea permitía disfrutar de la comicidad y ocurrencias de un grupo para recordar el día o conseguir, todo puesto y encorbatado, la foto de carné de manera rápida.
Con la invasión de los teléfonos móviles que llevan incorporada una cámara de fotos digital, la mayoría de ellas de extraordinaria resolución, la auto-foto, denominada selfie, palabra prestada del inglés pero utilizada en todo el mundo, ha producido una verdadera adicción entre jóvenes y mayores que suelen hacerlas públicas a través de Internet. Cada día la sociedad se libera de su entorno íntimo y suele enseñar su privacidad incluso con fastuosidad.
De los selfie más populares, que dieron la vuelta al mundo y levantaron los más diversos comentarios, se produjeron durante la ceremonia fúnebre de Nelson Mandela cuando el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama y la primera ministra de Dinamarca, Helle Thorning, tontearon desde la tribuna con risitas frente a la cámara de sus móviles, ajenos al piadoso acto y a la cara de la primera dama, Michelle, cuyo rictus de mosqueo reflejaba la celera del divertimento de ambos dignatarios que ejercieron la adolescente inconsciencia de compartir el histórico momento de las honras del viejo león.
La mayoría de famosos practican el selfie en diferentes posturas y actitudes; la última moda, entre las chicas, consiste en autoretratarse pudorosamente la mitad de los senos y colgarlos en las redes como aperitivo lascivo. Es previsible que la moda vaya evolucionando a más. Ésta ostentosa necesidad de divulgar nuestra imagen o parte de ella y compartirla con los demás es un gesto narcisista que, según algunos expertos, puede levantar la autoestima y capacidad existencial o todo lo contrario.
En esta semana he visto, entre otros, un selfie de la reina Letizia, vestida de elegante roquera, junto a dos jóvenes en el vestíbulo del cine donde se estrenaba la película: ‘Amanece en el planeta de los simios’. La verdad es que están las tres muy monas. Me hubiese gustado ver también el selfie de Putin junto a unos misiles y el de Netanyahu y Hamas firmando la paz. Pero no ha sido posible. Otro día será.