Aunque cante el tango: «Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada» ha tardado el pintor manchego Antonio López, mago del hiperrealismo, cuatro lustros en pintar a la familia real incompleta. Ni el rey don Juan Carlos es el mismo, ni la reina Doña Sofía es la misma, ni el príncipe Felipe es el mismo, ni las infantas Elena y Cristina son las mismas. Es que en una veintena de años ocurren muchas cosas que no solo cambian la fisonomía, el escenario y el telón de fondo. También el ‘estatu quo’.
El cuadro de López es una imagen del ayer, casi ha perdido su color e incluso invita a la nostalgia en algunos aspectos, fundamentalmente, humanos. El sevillano Diego Velazquez, genio del barroco, se dice que concluyó el retrato de Felipe IV y su familia en cinco años y ‘Las Meninas’ es una obra de gran complejidad sin desmerecer, por ello, el primoroso tratamiento que el artista de Tomelloso ha dedicado a las figuras de la corona de España pero, no es menos cierto, que extraña ese largo periodo de tiempo en concluir cinco retratos.
Ha sido una semana de pintura porque no solo hemos conocido el generoso gesto de la galerista Soledad Lorenzo de depositar 385 obras de arte de unos 90 artistas contemporáneos en el Museo Reina Sofía de Madrid con el compromiso futuro, testamentario, de donarlos a su muerte.
Conozco a más de una familia granadina que estaría dispuesta a donar, con igual altruismo, sus colecciones de arte avaladas por importantes firmas, pero Granada se quedó sin ese albergue de la felicidad cultural que hubiese sido un museo en el centro de la capital donde podrían haber coexistido los fondos dependientes del Museo de Bellas Artes, las obras patrimoniales del Ayuntamiento y de la Diputación y aquellas otras donaciones de particulares dignas de conservarse y exhibirse.
Pero que trabajo cuesta conseguir algo bueno para Granada. No se si mezcla el hambre con las ganas de comer o es que nos supera el techo de incompetencia de quienes tienen periódicamente el mandato democrático de gobernar bienes y hacienda. Convendrán conmigo que cualquier proyecto o propuesta que se origina se eterniza, en el mejor de los casos, o se olvida y esas son las paradojas que esta tierra, culturalmente rica, sufre de forma históricamente vitalicia. Relatar en unas líneas los fracasos y frustraciones que arrastramos sería ocioso. Dejo a la avidez memorística del lector el crucigrama del ‘pasa tiempo’ perdido.
En 1937 Antonio López tenía un año de edad cuando a Picasso le encargaron el Guernica. Tardó el artista prácticamente un mes en realizarlo. Esa velocidad creativa y plástica se debió a un sentimiento, pero también a una voluntad resolutiva propia de la hermana tierra de Málaga. Los malagueños no corren. Vuelan.