Entre la tragedia del virus de ébola que, afortunadamente en España, parece controlado en las personas que están siendo asistidas y evaluadas médicamente, y la indignación de ése tarjetero negro de Caja Madrid y Bankia que han venido utilizando, desvergonzadamente, tirios y troyanos, no solo Blesa y Rato, la semana acaba como los artículos de broma y engaño con la figura del joven Nicolás, el fresco farsante que se ha paseado por regias alfombras, subido en coches de alta gama con presuntos escoltas oficiales, asistiendo al antepalco del Santiago de Bernabéu, fotografiado con personalidades del estado e incluso estafando, ‘por 25.000 euros, oiga’ valiéndose de un informe falso del Centro Nacional de Inteligencia.
Como «El mocito feliz», ése esperpéntico personaje malagueño que acompaña a todo el «famoseo» en las fotos de la crónica rosa, ‘la palabra «famoseo» no ha sido admitida aún por la RAE’, el joven Nicolás utilizaba el codo y el postureo, ‘palabra que sí ha admitido la Academia de la Lengua’, de cara dura para salir en primera línea, de la instantánea, con gente importante a la que luego colgaba eufórico en su página de facebook. El cuelgue en las redes de tanto «inocente» era el mejor testimonio gráfico para el currículo que solía exhibir a compañeros de estudios y amigos y la mejor tarjeta de visita para luego llevar a cabo el timo.
Francisco Nicolás González Iglesias, de veinte años, con delirios de grandeza, que estudiaba en el Colegio Universitario de Estudios Financieros de Madrid, está claro que apunta maneras. En el momento de su detención por la policía, que le acusa de falsedad, usurpación de funciones públicas y estafa, el joven Nicolás antes de ser esposado pronunció la recurrente frase: «Ustedes no saben quién soy yo». Ya digo que el muchacho promete. Se trata de un ejemplar de relevo generacional con premeditado afán de sustituir, e incluso superar, a pillos, pícaros, truhanes, malandrines, mangantes, saqueadores y expoliadores que suelen recaer por instituciones públicas, semipúblicas y semiprivadas con el desmedido afán de lucrarse de manera ilegal o amoral.
Se hace difícil mirar, hacia un lado u otro, sin percibir que gran parte de la clase dirigente y parientes próximos sufren desde hace años la contaminación vírica de la inmoralidad. Se hace muy necesaria la aparición de una vacuna para la regeneración ética de la sociedad. Hoy mismo leo que la alcaldesa del pueblo malagueño de Manilva, Antonia Muñoz, exmilitante de IU ha dimitido, después de haber enriquecido a su marido con obras públicas, estar pendiente, judicialmente, de cerca de quinientos casos por «enchufismo» y comprarse un helado de dos euros y pagarlo con la tarjeta del consistorio. Y me he quedado frío con cara de chocolate y fresa.