Las casas son multicolores y sus moradores, lo hemos visto, multirraciales. En otra época el KKK, con sus anónimas, cobardes y odiosas capuchas, armados de antorchas de fuego fatuo hubiese quemado, sin piedad, la Casa Blanca con sus inquilinos negros dentro y el aplauso cómplice de millones de americanos. Hace cincuenta años era impensable que un negro llegase a ser presidente de los Estados Unidos de América después del sueño que le costó la vida a Martin Luther King. Sueños de libertad por los derechos civiles.
Ha consumido y consumado su tiempo Barack Obama con tímidas acciones y reformas. En su histórico tiempo como gobernante ha decepcionado, según cuentan, a los jóvenes de izquierda y a los dos años de su toma de posesión se vio obligado a cambiar su lema «Yes we can» (Sí, podemos), que lo elevó a la presidencia, por el realista «Si, podemos, dadas ciertas condiciones». Nos recuerda el slogan, aunque las comparaciones puedan ser equívocas, al nombre y al espíritu que ha elegido Pablo Iglesias cuya formación política, novedosa en el panorama social español, trata por todos los medios descuartizar el sistema por partes como Jack el Destripador. En éstos momentos «sufre y lamenta» la huida forzada del «tesorero ideológico», el docto profesor Monedero. Podemos vive, sin grandes apoyos, el «Yes», pero el día que democráticamente alcance, hipotéticamente, la responsabilidad de gobernar, muy probablemente le ocurra como a Obama y se vea obligado a cambiar sus principios «dadas ciertas condiciones».
Me pregunto estos días qué principios firmes tiene Hillary, la esposa del que fuera presidente de los EE UU, Bill Clinton, que ha anunciado su decidida apuesta por participar en la carrera electoral demócrata a la Casa Blanca tras su tenaz, no sé si efectiva, experiencia política como abogada, senadora y secretaria de Estado. El matrimonio Clinton dejó su huella en Granada, cuando desde el mirador de San Nicolás, Bill pronunció aquella frase del «atardecer más bonito del mundo», que voló por el mundo como lema turístico impagable.
Pero, a lo que vamos, es posible que la Casa Blanca recupere su color. Qué estupidez.
La Casa Blanca debería llamarse la Casa Presidencial, sin más, después de que la libre sociedad americana haya pintado de diferentes pigmentos sus ilusiones sin ningún prejuicio.
Los republicanos no han tardado en atacar a la aspirante dama con la vejatoria advertencia de que si gana en 2016 estaría acariciando su septuagenario cumpleaños. ¿Y qué? El bolígrafo acaba de cumplir 72 años y sigue escribiendo y el primer jefe de Estado del mundo, el Papa Francisco, que se acerca con lucidez plena a los ochenta, está dando muestras de capacidad y pleno acierto en sus nada fáciles responsabilidades, aunque en su mayoría tengan un carácter espiritual. A mí me gustaría que Hillary fuese la primera presidenta de los Estados Unidos, que volviera a su antigua residencia, mostrase eficacia y competencia en sus acciones para generar la confianza de la que hoy se duda. Y, eso sí, en sus ratos íntimos de ocio en el histórico y codiciado despacho oval, si le apetece, auxiliada por el selecto y diverso fichero de becarios, se hiciera justicia con la mirada perdida hacia el jardín.