Banderías

En la tacita de plata, tenemos un elemento peculiar, el profesor «Kichi», que además es alcalde derrotado en su primer pleno, que propone ahora para quitarse la espinita amparándose en la Memoria Histórica, desterrar el nombre de Carranza al histórico estadio de fútbol de la ciudad. Al igual que Carmena, en Madrid, tras conocer la hazaña del líder de Podemos de retrasar un avión una hora para votar y cobrar la dieta del Parlamento Europeo sin descomponer en exceso la agenda, creo que piensa cambiar el nombre de Paseo de Recoletos por Paseo de Recoletas.

Como «Kichi» es alumno aventajado y viene de la escuela gestual mochilera universitaria de los nuevos pensadores de la confusión ha colgado, -perdón-, situado en su despacho a un anarquista, primer alcalde de Cádiz en la Primera República, Fermín Salvochea, que para él es un símbolo mucho más cercano y coherente con sus ideas que la figura del Jefe del Estado actual, Felipe VI, pese a la modernidad y protocolos «pret a porter» que ha marcado la Casa de la Zarzuela, ante el nuevo mapa, cuyos admirables y selectos profesionales van a pasar el cuatrienio con alguna que otra peripecia, no por sospechada, difícil de sortear.

«Kichi» debería exhibir en su despacho oficial al dios Baco que según la palabrería mitológica, -parece probable-, se le atribuye la etílica manifestación carnavalesca.

Pero a «Kichi» se le engurruñó después de la erizada la bandera nacional que ondeaba en el mástil de 73 metros elevado por la Ciudad de la Pepa, dejando «mermadamente» arriado el símbolo del Estado hasta ponerlo al pie de los caballos. En Cádiz, aún los caballos trotan la ciudad en carruajes, tirando de un turismo paseante que puede decaer, de un momento a otro, si todo se convierte en chirigota. Alguna comparsa, próxima al primer edil, entona en sus ensayos que: «Fue por culpa del Levante la arriada de bandera y no por orden de «Kichi» como dicen malas lenguas».

En los últimos años, es cierto que la rivalidad entre alcaldes sobre quién la tenía más larga ha sido un espectáculo, de rotonda, bochornoso. Aunque el tamaño importa, en la España nacional se medía el exagerado patriotismo por las mayores erecciones de mástiles. Pero no seré yo, quien dé la medida de un sentimiento, de una emoción o de una oportunidad.

Pedro Sánchez, el secretario general socialista, -que le ha salido un grano interno en Andalucía, difícil de combatir-, está siendo muy cuestionado desde distintos ámbitos por haber aparecido, en un escenario mitinero, como hijo de la patria con pantallazo de roja y gualda. Los expertos en imagen unas veces aciertan y otras la pifian. Después de tanto magrear pactos con la extremada izquierda es oportuno exhibir la bandera del Estado para que nadie se confunda. Y, ¡qué coño!, que la bandera no es patrimonio de la derecha, es un símbolo de todos. De todos los que quieran ser españoles, claro. Sanferminak, gora santo patrón, este año ha sido astado y hastado y se ha tragado el chupinazo, con pólvora secesionista, desde el balcón consistorial pamplonica mientras ondeaba la ikurriña de tan amargos recuerdos.

Hasta ¡»Kichi»! ha sido prudente por el momento. Ya le hubiese gustado izar la tricolor modelo XXL, a prueba de Levantes y Ponientes, en la glorieta gaditana. Todo se andará. No hay que perder la esperanza porque se avecinan nuevos tiempos de absoluto desconcierto. No lo digo yo es algo que aflora en el sentimiento ciudadano e incluso lo recoge el CIS en su último diagnóstico.