Sí a Madriz, con acento castizo del viejo Lavapiés, porque hoy el barrio no es el que retrataba en sus costumbristas obras teatrales Carlos Arniches. Hoy, Lavapiés es una zona que un grafitero la pinta, en sus calles, como «ngentrificable». En román paladino parece que el palabro trata de definirla como elitista y burguesa.
No es que yo quiera llevarle la contraria a la mayoría que huye de la gran ciudad buscando unos metros cuadrados para colocar la sombrilla y refrescarse a la orilla del mar. Es que me atrapa la soledad de la capital del Reino, aunque el asfalto despida fuego y el mercurio me haga sudar como aquellos pipos de arcilla de la Rambla cordobesa. El pasado mes de julio ha sido severo con cuarenta grados a la sombra en buen numero de ciudades. No lo han pasado mejor quienes poblaban las playas porque a las altas temperaturas había que sumarle elevados porcentajes de humedad. Así es que, con la ilusión de que se cumpla el viejo refrán de que: «En agosto frío en rostro»,» voy a darme un garbeo por la glorieta de Bilbao para expresar mis condolencias por el súbito cierre del clásico Café Comercial, tras 128 años de reuniones, tratos, discusiones, proyectos y tertulias de artistas e intelectuales. Cela, en «La Colmena» describía sus mesas de mármol como lápidas puestas al revés. Madrid se queda sin otro mítico lugar. Por eso quiero asomarme y observar, tras los cristales, al extinto antes de que algún chino instale una de esas tiendas de moda asiática: «Hecho en Italia». Arte.
Cuando hablaba antes de los botijos de Córdoba recordé los bodegones del genio Zurbarán, donde las vasijas de arcilla cobran especial protagonismo. Y nada más refrescante para el cuerpo y la mente que visitar la exposición «Zurbarán: una nueva mirada», en el Thyssen-Bornemisza. Lo singular es que en la muestra de uno de los más destacados pintores del Siglo de Oro se exhiben por primera vez en España lienzos inéditos del artista extremeño. Pero cerca, en el Prado, hay diez Picassos transeúntes del Kunstmuseum de Basilea. Magnífica oportunidad para deleitarse con el malagueño universal.
Luego habrá que probar las croquetas de Serafina, nueva en Espoz y Mina, pero en alza según los expertos paladares de las ricas «bechameles». Y más tarde, en Casa Labra, la centenaria taberna de Tetuán, saborear su clásico bacalao para ponerle sal a la vida.
Me gustaría ver el 15 de agosto, por ser la Virgen de la Paloma, si los bomberos realizan la tradicional bajada del cuadro del altar de la iglesia donde se venera la cuasi patrona de los madrileños y tras la procesión, por el barrio, bailar un chotis, rodeado de mantones de Manila, organillos y puestecillos de limonada. Lo mismo me encuentro entre el vecindario de base, vestida de chulapona, a la alcaldesa, Manuela Carmena, integrada en la tradicional verbena de la Paloma. Qué subidón más popular, tío.
Y, por supuesto, como aquí no me han brindado la oportunidad de ver el legado de Federico, en el desnudo Centro de la Romanilla , iré a la calle del Pinar. «Yo me subí a un pino verde por ver si la divisaba…» En la Residencia de Estudiantes se encuentran, espero, los mejores testimonios literarios y artísticos del poeta, -retenidos misteriosamente-, pendientes de su traslado a Granada. Al menos ese parecía el compromiso inicial y la elevada apuesta inversora llevada a cabo con dinero público. Intentaré ver todo lo que sea posible aunque, después de tanto escándalo, polémica y silencio en la Fundación lo mismo aprovechan el mes de agosto para cerrar y hacer inventario. Pero yo me voy a Madriz.