No es fácil encender el televisor y disfrutar de un espacio amable, lineal, sin estridencias, sin picos, sin aristas, sin efluvios que apestan, sin sofisticadas y artificiales figuras que tratan de generar una novedad que luego resulta trasnochada y sin interés. Los profesionales de la comunicación sabemos que está todo inventando pero, de repente, la impronta de una persona, sea mujer u hombre, nos demuestran con creces que son diferentes. Y nos atrapan. Recuerdo, en muchas ocasiones, aquel ‘sketch’ de Martes y Trece cuando, en unos almacenes, un comercial se empeñaba en venderle un detergente a una clienta, que ya había introducido en el carrito de su compra otro jabón de distinta marca, y el vendedor obstinado trataba de convencerle de que otra marca que le ofrecía era igual y la señora le contestaba: «Es igual, pero no es lo mismo».
Pues así ocurre con el programa de Bertín Osborne en TVE, que puede ser igual a otros pero no es lo mismo. Es un tiempo, dentro de la ‘caja tonta’ que nos relaja, nos divierte, nos alegra, nos aleja del tormentoso y cotidiano dramatismo. También nos hace pensar y nos muestra valores humanos y tristes historias sin ficciones.
La bonhomía, el encanto personal y la espontaneidad de Bertín, han calado siempre en televisión. Últimamente, como actor, una oportunidad que le brindó el lince teatral Enrique Cornejo, también ha sido exitosa junto a Arévalo y ahora como conversador, amable y cordial, nos endulza la pequeña pantalla tan, generalmente, amarga y aburrida.
El último de ‘En tu casa o en la mía’ –el programa se grabó en el ‘casoplón’ de Bertín– contó con la visita del irrepetible Carlos Herrera. Un extraño espécimen de la comunicación que, al margen de su apolínea figura, –percepción que le place escuchar, venga de donde venga, porque es muy presumido– es un fenómeno, fundamentalmente del periodismo radiofónico. Nadie, en la historia de la radiodifusión española, le ha superado, sencillamente, porque atesora, al margen de su magnífico timbre de voz, una serie de cualidades intelectuales y humanas que lo hacen bien distinto al resto.
Carlos Herrera, que también tiene condiciones para subir el telón y aparecer en escena, se encontró muy a gusto con su viejo amigo jerezano y hablaron, inteligentemente, de lo que se debía y se podía preguntar y responder de una manera distendida y con unas dosis de humor, en ocasiones carcajeantes. Cocinaron un arroz con habichuelas que, en la niñez escuchamos en la voz del recordado Antonio Molina: «Cocinero, cocinero, enciende bien la candela y prepara con esmero, una arroz con habichuelas…»
El ingenio y sobre todo el profundo sentido del humor de Carlos nos dieron la noche más agradable en un contexto familiar, relajante, único e inolvidable. Incluso los ‘tacos’, de coña marinera, del Herrera, –no habituales frente al micrófono– nos provocaron mayor cercanía, por novedoso y coloquial, al personaje despojado y sin artificio.
Carlos es un emprendedor nato, ejerciente, al margen del periodismo e inventará, lo que sea, después del próximo cuatrienio. Pero ya ha amenazado con marcharse a la playa. Y mirar la mar. Con mi admiración y cariño, le regalaré, entonces, una barca de papel, varada en la orilla de su talento, con versos del albaicinero Benitez Carrasco: «¡Mi barca, no es solo barca! Cuña, mástil, timón, remo, Squilla verde y vela blanca. Mi barca es la sal del mar que se hizo piropo y gracia, con un nombre: soledad sobre este nombre: mi barca. La barca… la barca… con sólo decir… la barca… huele a marisma la boca y sabe a sal la palabra».