‘Pasos lentos’ era el mote que los chaveas, que antes jugábamos a la pelota en las plazas de la ciudad, le pusimos a un municipal que trataba en vano de hacerse con el esférico, de goma, y rajarlo ‘in situ’, con una navajilla que llevaba en un bolsillo de su guerrera para, por orden gubernativa, hacer justicia y evitar que los inocentes ‘vagos y maleantes’ tomáramos por asalto la vía pública para practicar el ‘footbal’. Un deporte bastante insano para la juventud. Pero como el guardia era tan lento en actuar, escasas fueron las pelotas que pinchó en su trayectoria como agente local.
Granada, por su especial idiosincrasia, es una de las ciudades más lentas del mundo, probablemente debido a la influencia de la civilización árabe que durante ocho siglos anduvo por estas tierras. Granada me recuerda con frecuencia a esas imágenes que procesionan en Semana Santa y se ralentizan de manera piadosamente cansina, cuando, casi, se resisten a regresar a su templo, entre saetas y bulla y el capataz, afónico ordena a los costaleros: «Menos paso quiero, valientes. Menos paso».
Granada no es que tenga el paso cambiado. Reconozcamos, como estímulo condicionado positivo, que la ciudad y la provincia, que gozan de profesionales brillantes y de unas condiciones inigualables para poder desarrollarse y modernizarse, es incapaz de resolver, sin obstáculos o polémicas, cualquier asunto de interés social.
¿Quién se atreve a ralentizar una iniciativa, como la del mal llamado ‘Metro’? ¿Quién retrasa la llegada del AVE, con entrada soterrada, semisoterrada, o aerostática, en la estación de andaluces, o en la gran puñeta? Lo que sí tengo claro es que ninguna administración autónoma o central, –sea del signo político que sea– actúe por capricho o desinterés, en la conclusión de ambos medios de transporte. Serán, probablemente, problemas económicos, o técnicos, los que impidan los cumplimientos de fechas. En eso, ciertamente, las administraciones no cumplen con su obligación de aclarar las causas a los administrados. Y ello cabrea al personal.
‘Cabreante’ estado el del Centro, descentrado, de Federico García Lorca. Afortunadamente construido y dispuesto, en el vacío de sus salas, gracias a las administraciones, vamos, con el dinero de todos.
Qué paso más lento, qué historia más pesada, qué silencio cómplice, qué astucia engañosa, qué incertidumbre innecesaria. Nadie ha dado una respuesta clara y convincente sobre el retraso del legado lorquiano a su nueva sede, en tiempo y forma. Desde antes de la inauguración del moderno edificio – inauguración, rigurosamente ridícula– fue conocida la dudosa administración de la Fundación, que aún permanece –en la Residencia de Estudiantes– en Madrid. Quedan muchas incógnitas por despejar. Alguien, auspiciado por espurios intereses, trataba de ocupar con el índice displicente, el cargo de jefe de pista. Pero no es posible. No se trata del Circo Price.
Me dicen que llegará el legado del poeta, cuando vuele –como las golondrinas por la Vega– el primer poema de primavera, tras la firma del acomodo, que no del comodato. Alcanzado el trueque, no sé si recibiremos integro el todo, del total, a la ‘caja fuerte’ del Centro Lorca, en La Romanilla. Así lo decidió la familia del poeta, como así fue reconocido, tardíamente, Hijo Predilecto de la Provincia, por justicia y por la gracia del compatricio, Sebastián Pérez.