Estamos en fiestas, como ‘locos’, porque así lo demandó la católica reina, Isabel, después de la entrega, por Boabdil, de la ciudad sin derramamiento de sangre. Los cultivadores de la apócrifa memoria histórica piensan lo contrario y fabulan que corrieron desde la colina roja meandros sangrientos que tiñeron las aguas del Darro y del Genil. Al margen de ello, Isabel y Fernando, en honor y gloria, instituyeron festejos para divertimento del pueblo. «La fiesta ha de ser de tal y tan grande la alegría y contentamiento que parezcáis locos». Según las crónicas, esa fue la frase que pronunció la reina, en relación a cómo debía de celebrarse la festividad del Corpus.
Yo tengo que expresar mi locura de satisfacción por el anuncio de ‘desbloqueo’ de las negociaciones para que, lo antes posible y definitivamente, el legado del poeta de Fuente Vaqueros se traslade, de Madrid, al Centro Federico García Lorca, en la plaza de la Romanilla, tal y como la familia de, nuestro Hijo Predilecto de la provincia, quiso en todo momento.
Después del prolongado ridículo que he denunciado, casi en solitario, me divierte como loco que, Granada, intente resolver problemas enquistados y evite similares desatinos que tanto dañan su imagen. En este caso concreto, sepamos recibir con alegría y gratitud, la herencia cultural de Federico como un gesto simbólico más de reconciliación con nuestro universal poeta.
Enloquecido me hallo, porque el paisano Miguel Ríos cubra su buena cabeza con el birrete de ‘honoris causa’ por la Universidad de Granada por su brillante trayectoria como intérprete y músico. Estos homenajes, tan frecuentes en otros países, no sólo engrandecen a quienes los reciben, sino a las instituciones que desean hacer público reconocimiento de la valía y méritos de diferentes personalidades que han aportado
y aportan con su trabajo y ejemplo de superación sus méritos en el campo de la docencia, la literatura, el arte, las ciencias o la música.
«Por razón o causa de honor» se confirma, académicamente, que los viejos rockeros nunca mueren.
Otro amigo de la infancia, parroquiano de la pelota callejera de otros tiempos, el catedrático José Luis Delgado, enloquecería cuando el Ayuntamiento le encomendó poner el prólogo literario a las fiestas mayores. José Luis, al margen de su trayectoria docente, es un enamorado de Granada, de su historia, de sus gentes, de sus costumbres y leyendas que investiga, recopila y publica. Éxito asegurado de crítica
y público, mañana, en el salón plenario para oír al pregonero del Corpus 16 que, para cualquier cualificado granadino, como Delgado, «por razón o causa de honor», es una distinción entrañable.
Al margen de esta semana feriada, también hay que aplaudir hasta enloquecer a esa admirable afición granadinista que, pese a que el club de fútbol carece de cartera y los necesarios mimbres para mantener un equipo en primera división, siguen ejemplarmente superando la moral del Alcoyano y en ese sin vivir, a sangre y
fuego, en las gradas de Los Cármenes sufren agónicamente el ser o no ser, en todo encuentro y cada temporada. Sería recomendable, para quienes quieran seguir siendo leales socios, que con el carnet se les facilite una caja de Trankimazín.
Escucho que hay pretendientes chinos para comprar el club. Hace algunos años fui testigo de que los Emiratos Árabes se interesaron por él. En cualquier caso, los invasores se introducen, con popular sigilo desde hace años por el ‘todo al cien’ o por el té moruno.