Injustamente ha pasado desapercibido el caso de la joven rusa que se quedó dormida, en su cama, mientras jugaba all Pokémon Go y un ‘Pokémon gigante’ la violó, según relató la víctima a su marido y, posteriormente, declaró a la policía que, incrédula, la invitó a que visitará al psiquiatra.
Yo estoy en un periodo existencial que me creo casi todo, ¿cómo no me voy a creer a la mancillada mujer después de saber que el popularísimo juego de Nintendo tiene preocupadas a las fuerzas y cuerpos de la seguridad de los estados desunidos. Es cuestión de salir a la calle, mover músculo, correr con el GPS y la cámara del móvil activos y cazar un bichito virtual. Lo puede encontrar en un cuartel, en una estación de autobuses, en un parque, en la calle, en el rellano de la escalera, debajo de la cama o en encima de la cama, que es lo que yo creo que le ha ocurrido a la sorprendida moscovita. Lo extraño del suceso, lo sorprendente, es que advirtiera la mujer, en la inesperada penetración, que fuese un ‘Pokémon gigante’ porque todos son pequeños y dóciles. De momento, los gigantes pokémones, Nintendo no los ha introducido en el juego que yo sepa. Ni tampoco se tiene conocimiento de que estos, ficticios animalejos, tengan adicción indiscriminada al sexo.
Lo que no ha pasado desapercibido, en España, para el vecindario en general, es la suspensión temporal, por parte de Televisión Española, de la emisión de dos telenovelas, intensas, espesas, amorosas y sugerentes como ‘Acacias 38’ y ‘Seis hermanas’, que venían ocupando media tarde de emociones inesperadas a millones de telespectadores. Yo comprendo que TVE, sacando músculo como emisora estatal, haya tirado la casa por la ventana con motivo de los Juegos de Río, sus razones tendrán los actuales directivos. Pero hipotecar ambas cadenas –la 1 y la 2– con deporte, en la mayoría de los casos minoritario, me parece un craso error cuando han dejado en orfandad estival a muchas criaturas que han estado privadas de pasiones y desenfrenos del folletín a la hora que, tradicionalmente, otro medio país ronca o trabaja. Estoy seguro que mañana lunes subirá considerablemente el ‘share’ en la mencionada franja horaria y, todos y todas, nos volveremos a reencontrar, con dicha y gozo, con los protagonistas de las dramáticas series que nos hacen felices, o infelices, en este valle de lágrimas.
Se ha demostrado –con los Juegos Olímpicos– que no es oro todo lo que reluce. Los Juegos que hoy se clausuran en Brasil nos dejan al margen de los récords –algunos destacables– el mal sabor de boca de un anecdotario, lejano, distante, ajeno a lo deportivo, que ha cobrado mayor protagonismo y quedará en la historia de las competiciones universales. Violaciones, atracos, salidas de armario, declaraciones matrimoniales a pie de podio, dopajes, robos a punta de pistola… ¡Dios mío, si levantara la cabeza el barón de Coubertin! Sin embargo me he quedado con la emotiva y entrañable actitud de la holandesa Adelinde Cornelissen, que en posesión de oro y plata en Londres renunció a competir por el oro olímpico al constatar que su caballo se encontraba enfermo: «Es mi compañero, mi amigo que ha dado todo por mí durante toda su vida». Y se fue a su cuadra a curarle. Aunque el gesto más solidario lo han protagonizado las atletas Hamblin y D’Agostino al caerse en los 5.000 metros y ayudarse a llegar a meta, penúltima y última. Por eso digo que no es oro todo lo que reluce